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Casi se puede afirmar literalmente que Franco “dejó” que mataran a José Antonio, porque no movió un dedo por salvarlo. A José Antonio Primo de Rivera lo mató el 20 de noviembre de 1936 un pelotón de milicianos anarquistas y socialistas, El Ausente" ayudó a Franco a ganar su guerra
JOSE ANTONIO PRIMO de RIVERANo se puede afirmar literalmente que Franco “dejó” que mataran a José Antonio, pero sí que no movió un dedo por salvarlo. A José Antonio Primo de Rivera lo mató el 20 de noviembre de 1936 un pelotón de milicianos, por veredicto de un “Tribunal Popular” de las izquierdas y con la aprobación del gobierno Largo Caballero. En aquel momento, toda la atención de Franco, que había llegado el 1 de octubre anterior al mando supremo
Casi se puede afirmar literalmente que Franco “dejó” que mataran a José Antonio, pero sí que no movió un dedo por salvarlo. A José Antonio Primo de Rivera lo mató el 20 de noviembre de 1936 un pelotón de milicianos anarquistas y socialistas, por veredicto de un “Tribunal Popular” de las izquierdas y con la aprobación del gobierno Largo Caballero. En aquel momento, toda la atención de Franco, que había llegado el 1 de octubre anterior al mando supremo
José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española de las JONS, fue fusilado por el Frente Popular el 20 de noviembre de 1936. Tenía 33 años. Con él desaparecía uno de los dirigentes políticos más carismáticos del bando "nacional". Tras su muerte, la figura de José Antonio y su discurso fueron enteramente explotados por Franco y su régimen. Después se extendió la version de que el generalísimo, por conveniencia política, dejó que mataran a José Antonio. El mundo gira alrededor de medias verdades.
Casi se puede afirmar que Franco “dejó” que mataran a José Antonio, pero sí que no movió un dedo por salvarlo. A José Antonio Primo de Rivera lo mató el 20 de noviembre de 1936 un pelotón de milicianos anarquistas y socialistas, por veredicto de un “Tribunal Popular” de las izquierdas y con la aprobación del gobierno Largo Caballero. En aquel momento, toda la atención de Franco, que había llegado el 1 de octubre anterior al mando supremo de de la España sublevada, por muerte en accidente de aviación del General Sanjurjo, el jefe indiscutible del llamado Alzamiento Nacional. La atención del ya Generalísimo estaba puesta en organizar sus filas con ayuda directa de Hitler, terminar con el asedio de Oviedo, iniciar las operaciones de frente norte contra el País Vasco y Santander a cargo del genera Mola y, por encima de todo, tomar Madrid. En las semanas anteriores a la ejecución del jefe falangista hubo varios intentos de liberar a José Antonio, ya fuera mediante canje por otros presos, ya por el pago de un rescate o ya, incluso, por la acción directa. Hasta donde se sabe, Franco apoyó con o sin entusiasmo esos intentos.
¿Se empeñó Franco todo lo que pudo, en cuerpo y alma, en salvar la vida de Primo de Rivera? Aquí es donde está el quid del debate, porque incluso desde los medios “azules” siempre se le ha reprochado al Caudillo –sobre todo, después de 1975- no haber puesto toda la carne en el asador. O apagar el asador.Ocurre que la relación personal de Franco con José Atonio era de antipatía y rechazo total que ambos recíprocamente se profesaban, Franco era cualquier cosa menos un revolucionario nacional-sindicalista y José Antonio, por su parte, se había ofrecido al gobierno del Frente Popular en el mes de agosto como mediador para un alto el fuego, cosa que a Franco debió de sentarle muy como un tiro. El general´simo queria la victoria total sobre los rojos a cualquier precio, por todos los medios, como confesó al periodista norteameriano Jay Allen.. Hay que añadir que Franco, estaba resuelto a controlar bajo su mano todos los resortes del poder, el mando militar y político y, sin duda no habría soportado la presencia de otro jefe a su lado y menos de alguien como Primo de Rivera, por el que no ocultaba cierto "educado" desdén (“ese muchacho”, le llamaba). Con todos esos datos sobre la mesa, es fácil alimentar la sospecha de que Franco no tenía y no puso ningún interés en salvar la vida de José Antonio. Ahora bien, ¿acaso esto no es sobrevalorar en exceso la influencia de Franco sobre el gobierno enemigo? Y más crudamente: ¿no estamos ante otro refugio retórico para echar a Franco la culpa de todo, incluso de aquellas cosas sobre las que el general no tenía capacidad material para actuar?. La respuesta en absoluto es "no".
Por qué encarcelaron a José Antonio
Empezando desde el principio: José Antonio Primo de Rivera fue encarcelado por el gobierno del Frente Popular en marzo de 1936. Para esa fecha, los partidos y sindicatos de izquierda ya habían empezado su ofensiva de violencia callejera y de elimnación del contrario en lo que terminó por llamarse la “primavera trágica”. El relieve político de José Antonio, pese al agigantamiento posterior de su figura, era entonces bastante limitado en las urnas. Sus resultados electorales en febrero 1936 habían sido malos y la Falange, aunque cada vez más activa en la calle, no pasaba de ser un grupo minoritario al lado del ejército. Pero la Falange era, con los Carlistas, el único grupo que respondía a la violencia de las izquierdas, estaba recibiendo financiación sólida y armas cortas y bombas de mano de la Italia de Mussolini y, por otro lado, José Antonio mantenía contactos personales muy estrechos con nombres importantes de la vida política española, hasta el punto de que puede decirse que su influencia personal era mucho mayor que el peso de su partido. Así las cosas, el gobierno inventó una excusa –las investigaciones posteriores al respecto son bastante concluyentes- y el 14 de marzo de 1936 le detuvo por tenencia ilícita de armas que las llevaba consigo como cualquier otro de su peso.
Desde la cárcel, José Antonio siguió dirigiendo la Falange e incluso pudo escribir, a primeros de mayo, una carta abierta a los militares en la que recordaba aquella famosa idea de Spengler: en los momentos decisivos, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización. Falange estaba ya metida de lleno en el conglomerado sublevado contra el Frente Popular. Gil Robles, el líder de la CEDA, intentó una maniobra legal para sacar a José Antonio de prisión: como había que repetir las elecciones en Cuenca, donde la votación de febrero había sido fraudulenta, se confeccionó una lista de derechas en la que estaban Franco y José Antonio, quien se opuso a que Franco figurara junto a él en una lista. Es absolutamente seguro que el general Franco tomó esto como una ofensa. Y en todo caso, el Gobierno frustró la celebración de nuevos comicios y aquello acabó en nada y José Antonio siguió en prisión. Finalmente, en el mes de junio 1936 el Gobierno dio orden de trasladar a José Antonio de Madrid a la cárcel de Alicante. Sin duda para alejarle todo lo posible del centro de la actividad política.
Estalló la guerra y José Antonio, que hasta entonces había sido, por así decirlo, un preso político de categoría B, se convirtió en personaje categoría A, porque la Falange se perfilaba como uno de los motores políticos básicos del bando sublevado y había dejado de ser grupito. La vida de Primo de Rivera empezaba a correr un serio peligro. Unos militantes de Alicante formaron una columna para sacarlo de la cárcel por la fuerza, pero la Guardia de Asalto los repelió a tiros. José Antonio, mientras tanto, intentó ofrecerse al gobierno del Frente Popular como mediador en el conflicto. Esto lo contó después el prohombre republicano Martínez Barrio, presidente de las Cortes en 1936, en una conferencia pronunciada en México en 1941: según su relato, el 14 de agosto de 1936 José Antonio hizo llegar al gabinete –aún presidido por Giral- la propuesta de “que se le permitiera salir de prisión, donde prometía reintegrarse al cabo de cierto tiempo, para lo cual daba su palabra de honor, con el fin de realizar una gestión en el campo rebelde orientada a la terminación de la guerra civil y al sometimiento de los militares y civiles rebeldes contra la República, al gobierno legítimo. (…) Insistía en “la necesidad de que se ponga fin a la contienda” que había recrudecido, porque él, como español, creía que “la guerra iba a sumir en el caos y en la ruina a la patria”. La fórmula de José Antonio consistía en restaurar la legalidad republicana, formar un gobierno de concentración compuesto por republicanos de talante moderado (sin militares, lo cual sin duda Franco anotó), promulgar una amnistía y permitir la reincorporación de los militares sublevados a sus unidades. Ni que decir tiene que la propuesta cayó en el más absoluto saco roto, en lo cual Franco intervino activamente en la medida que la guerra estaba allí para que él la ganara y no para evitarla como proponía José Antonio.
Salvar a Primo de Rivera
Los intentos de sacar a José Antonio de la cárcel por vía de canje comenzaron en septiembre de 1936 y tuvieron dos protagonistas principales: Eugenio Montes, escritor falangista, y Miguel Maura, republicano de derechas y uno de los padres en 1931 del nuevo régimen . Ambos lograron entrar en contacto con el líder socialista Indalecio Prieto por mediación del republicano Sánchez Román, que había sido abogado de Largo Caballero. Prieto exigió a cambio la libertad de treinta presos de izquierdas que estaban cautivos en zona nacional y seis millones de pesetas de la época. El volumen del rescate da fe del valor de la operacion. Eugenio Montes acudió al cuartel general de los sublevados y tanto Mola como Franco dieron en pincipio su aprobación al canje sin hacer nada más. Quien retiro la popuesta fue el propio Indalecio Prieto porque, según dijo, entretanto la cárcel había caído en manos de los anarquistas y éstos no permitirían el intercambio.
¿Había otra opción? Sí: en Sevilla estaba preso un hijo de Largo caballero. El muchacho, de nombre también Francisco, había vivido una peripecia singular: en el momento del alzamiento estaba haciendo el servicio militar en el regimiento de Ingenieros de El Pardo, unidad favorable a la sublevación; cuando el levantamiento fracasó en la capital, el regimiento entero marchó a Segovia y con él llevó, evidentemente, al soldado Francisco Largo Calvo, que, por su filiación, acabó en una cárcel de Sevilla. ¿Para qué querían al hijo de Largo Caballero en Sevilla? Para canjearlo en caso de necesidad.
Y esa fue la baza que esgrimieron los falangistas: ofrecer a “Paco” Largo Caballero–así le llamaban sus hermanas- a cambio de José Antonio Primo de Rivera. Franco aunque no estaba de acuerdo pero dijo “sí”. Se sabe que la propuesta llegó al consejo de ministros del Frente Popular y que Largo Caballero (padre), ya entonces jefe del gobierno, la vio y la dejó en manos de sus ministros con un elocuente “No me obliguen ustedes a asumir el papel de Guzmán el Bueno”.
Y en esto otra gran mentira, la de la ejecución de Largo Caballero, hijo. ¿Qué fue del hijo de Largo Caballero a cambio del cual se iba a liberar a José Antonio?. El chico no fue ejecutado por nadie, sobrevivió. La revista “Ahora”, que había sido el órgano de los republicanos moderados y estaba entonces en manos de las Juventudes Socialistas Unificadas, que se incautaron de la cabecera, publicó el 23 de noviembre que Francisco Largo Calvo había sido “cobardemente inmolado por los asesinos fascistas”, pero era tambien mentira, pura propaganda. Paco Largo no fue ejecutado. Anduvo de cárcel en cárcel hasta 1943, en que se le sacó de prisión para confinarle en Monforte de Lemos, donde vivía su hermano Ricardo. Una forma de libertad vigilada. Al fin, en 1948, Paco pudo salir de España. Marchó a México y allí se afincó hasta la fecha de su muerte, en 2001 Así que tampoco hubo canje.
Los últimos intentos de librar a José Antonio del paredón
Sin clara dependencia uno de otro, hacia el 6 de septiembre 1936, el falangista Agustin Aznar acompañado de otros doce falangistas se entrevistó en Cáceres con Franco. Aznar, que supuestamente ya se había entrevistado con Mola, y que con Hedilla planeaba un golpe de mano o soborno para liberar al jefe de Falange. Franco habría prometido un millón de pesetas, que procedían de Sevilla y que los falangistas habrían cobrado de Queipo de Llano en Sevilla el 8 de septiembre.
El día 16 habrían embarcado en Bonanza (Cádiz) en el torpedero Iltis, Aznar y los otros falangistas, todos con pasaporte alemán expedido por el cónsul en Sevilla, llevando el millón de pesetas. El 17 llegaron a Alicante. Un episodio extraño fue la retirada del pasaporte a Aznar y otro falangista por parte del encargado de negocios de la embajada alemana, Hans Völkers, que estaba de paso en Alicante. A pesar de ello, el cónsul von Knobloch facilitó a Aznar otro pasaporte y le alojó en casa de un heladero italiano. Después el alemán se entrevista con Antonio Cañizares, “jefe de Salud Pública (apodado Vaselina)”, a quien dijo que había un millón de pesetas “para quien ayude a libertar a Primo de Rivera”, a lo que Cañizares habría contestado: “Es difícil pero puede intentarse. Primo de Rivera no es un enemigo del pueblo. Yo no tengo dinero-explicó-pero hay un francés, miembro de la Croix de Feu, que puede proporcionármelo” (Aznar debía hacerse pasar por francés). Entretanto, los 10 falangistas fueron evacuados a Sanlúcar de Barrameda en el torpedero alemán Moewe.
El Caudillo, según sus historiadores, tuvo aliados en su vida de izquierdas de derechas y de centro para ganar su guerra y después
Se trataba de entrar en la cárcel de Alicante con ayuda alemana –el consulado más activo pro-José Antonio, en la ciudad- y previo soborno de algún carcelero venal, y salir con José Antonio. Para sufragar la aventura, Franco contaba con el dinero de Sevilla, feudo del general Queipo de Llano. Se atribuyó la generosa donación a este general, pero hay que recordar que Queipo y José Antonio Primo de Rivera se profesaban una enemistad irreconciliable (habían llegado a las manos años atrás), y era casi imposible que la iniciativa del soborno partiera del “general de Radio Sevilla”. En todo caso, esta aventura de Aznar terminó de mala manera porque, una vez en Alicante, el principal responsable de la diplomacia alemana, Voecklers, le puso la proa lo cual se palpaba desde el principio.
Por desgracia el 22 de septiembre, Aznar fue identificado en una calle de Alicante por el capitán de de los Guardias de Asalto Antonio Zarraga García, que denunció su presencia. Fue detenido, pero logró escapar y se refugió en el consulado alemán, desde donde lo evacúaron gracias a von Knobloch, camuflándolo, en el Iltis vestido de oficial alemán. En ese barco está Rafael Garcerán y ambos fueron transbordados el día 25 al crucero Graf Spee, en el que iba el también falangista Felipe Ximénez de Sandoval. Todos fueron trasladados a zona nacional. El mismo día 25, el gobierno republicano expulsó extrañamente a Hans Joachin von Knobloch, que a bordo del Nürnberg, llegó a Sanlúcar de Barrameda el 4 de octubre. Ese día José Antonio se quedó sin su angel protector a merced de los designios de Franco.
El segundo intento de este carácter prescindió de operaciones militares y se concentró en el soborno: el objetivo era ganarse la aquiescencia del gobernador civil de Alicante, Vázquez Limón. ¿Quién lo haría? La naviera Ybarra, que mandó a su consignatario en Sevilla, Gabrel Ravello, con una buena cantidad de pesetas. Con él marchó el falangista Pedro Gamero. La idea era invitar al gobernador a subir a bordo de un barco alemán y, allí, proponerle el negocio. Pero una vez en Alicante, el diplomático alemán Voecklers frustró nuevamente el intento. Este oficial se alineaba en las filas de Franco contra von Knobloch. Hubo un último plan para excarcelar a José Antonio por la vía armada.. Se trataba de un golpe de mano que debía ser ejecutado entre el 19 y el 21 de octubre por un comando especial formado por falangistas y reforzado con legionarios, apoyado logísticamente por mar por el crucero “Canarias”, que era el único navío de clase que tenían los franquistas en el área. Pero el “Canarias” no pudo moverse de su emplazamiento y el plan quedó inédito.
Finalmente, , el 4 de noviembre de 1936 se intentó una última propuesta de canje: José Antonio por el líder socialista Graciano Antuña, cautivo de los nacionales, más cuatro millones de pesetas (unos 8, 6 millones de euros al cambio actual). Una vez más, la iniciativa fracasó porque el gobierno del Frente Popular se negó a cualquier negociación.
El juicio contra José Antonio y el fusilamiento
José Antonio fue juzgado en Alicante por un “tribunal popular”. Esta formación, de cuño revolucionario, consistía en un jurado designado por los partidos del Frente Popular bajo la presidencia de tres jueces de carrera. Los jueces aportaban los fundamentos jurídicos, pero el veredicto se sometía siempre a lo que el jurado –político- dictara. En este caso, los miembros del jurado fueron uno por cada partido: PSOE, UGT, el PCE, la CNT, la FAI, Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Sindicalista. Los jueces de carrera eran Eduardo Iglesias, Rafael Antón y Enrique Griñán (abuelo del líder socialista andaluz de nuestros días).
¿De qué acusaban a José Antonio? De conspiración para un levantamiento militar. Bajo ese cargo se le condenó a muerte. Como el cargo era ostensiblemente endeble, porque el reo llevaba en prisión, detenido mucho antes de que estallara el alzamiento, los jueces, contrarios al veredicto del jurado, trasladaron al Gobierno su solicitud de que se le amnistiara. Pero el gabinete de Largo Caballero, reunido en la tarde del 19 de noviembre, votó contra la conmutación. Sólo los dos ministros de Izquierda Republicana, Esplá y Just, trataron de evitar la condena. Contra lo que dice una extravagante leyenda, el socialista Prieto, entonces ministro de Marina y Aire, votó por la pena de muerte, así como los ministros anarquistas. José Antonio fue fusilado el 20 de noviembre en el patio de la cárcel de Alicante junto a otros dos reos.
El que sí resultó fusilado fue el otro “canjeable”, el socialista asturiano Graciano Antuña, juzgado y ejecutado en mayo de 1937.
¿Puede decirse que a Franco le benefició la ejecución de José Antonio Primo de Rivera? Objetivamente, es decir, leyendo los hechos al margen de las voluntades personales, puede decirse que mucho. ¿Buscó o propició Franco ese desenlace? Con la misma objetividad, y a la vista de los hechos, está claro que Franco no dio el permiso de que mataran a José Antonio. Pero no hizo nada para intentar salvarlo y objetó cualquier idea para salvarlo, cuando tenía poder y tiempo de sobra.
No es extraño, con esta actitud de fondo –que mantuvo toda la vida–, su fascinación por el falangismo tal como lo formuló José Antonio Primo de Rivera, reforzada por su estrecha amistad con muchos falangistas y Serrano Suñer, Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo y en aquellos momentos era tan explícita de hostilidad al liberalismo y a la democracia parlamentaria como su convicción de que el auténtico falangismo implicaba un gobierno totalitario, nacionalista e incluso imperialista. Todas estas ilusiones tuvieron sus primeros desengaños en muchos falangistas como Hedilla, perseguido con saña cuando Franco publicó el decreto de unificación de falangistas y requetés, a quienes los joseantonianos despreciaban por conservadores reaccionarios. Desde el fusilamiento de Primo de Rivera en Alicante, Franco lo asimiló todo de la falange, groseramente sin disimulo. Hasta el uniforme, la camisa azul, las insignias incluidos los símbolos como el escudo del Yugo y las Flechas, el saludo brazo en alto y hasta la boina roja que era carlista.
Cuando se van a cumplir 81 años de la muerte de José Antonio Primo de Rivera yxxxx de la desaparición de Francisco Franco, la relación entre ambos líderes todavía interesa a los historiadores. El norteamericano Stanley G. Payne, uno de los expertos en la historia del franquismo, sostiene que el general Franco no hizo ni mucho menos todo lo que estaba en su mano para impedir el fusilamiento del jefe falangista, acaecido en la cárcel de Alicante un 20 de noviembre. "Franco no quería a los falangistas en Salamanca (sede de los mlitares sublevados al principio de la guerra)", comentó Payne mucho después en Madrid.
El libro Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, publicado por Planeta, recorre la historia del falangismo desde comienzos de los años treinta hasta la desaparición del Movimiento Nacional, como partido oficial, en 1977. Pero las relaciones entre Franco y José Antonio, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera vertebran este ensayo de Stanley Payne. A través de una amplia bibliografía y de multitud de cartas y documentos, Payne reconstruye las complejas relaciones entre los dos máximos dirigentes del fascismo español. La ambigua posición de Franco en la muerte del líder falangista ha sido motivo de polémica durante décadas, pero Payne está en condiciones de afirmar la pasividad del general Franco.Se limitó a no hacer nada y que otros no hicieran". "Franco", comenta el historiador, "era muy pragmático y, tampoco quería enfadar a los falangistas. Y así, puso algunos medios a disposición de la Falange para intentar operaciones de rescate de José Antonio en la cárcel de Alicante en las primeras semanas de la guerra. Pero luego prefirió retirar su respaldo a una misión que tenia muchos inconvenientes para él". En su libro, Payne atribuye al Gobierno republicano la negativa a un canje de prisioneros entre José Antonio y un hijo del socialista Francisco Largo Caballero, a la sazón jefe del Gabinete. Un tribunal popular condenó a muerte a José Antonio Primo de Rivera. La prensa del bando nacional tardó dos años en difundir la noticia.
A juicio del profesor norteamericano, autor de El régimen de Franco (1936-1975), los dos dirigentes fascistas hubieran chocado continuamente durante la guerra si José Antonio se hubiera salvado. "No obstante", añade, "ambos tenían muchos puntos en común. Los dos eran nacionalistas, autoritarios e imperialistas, por citar sólo tres rasgos.Stanley Payne observa en su trabajo las diferencias entre el fascismo español y sus homólogos de Alemania y de Italia, también distintos entre sí. "El fascismo español, comenta, ra débil y, de hecho, se convirtio en un movimiento de masas sólo gracias a un desastre total como fue la guerra civil. Luego se instaló en el poder, pero sin ejercerlo en realidad, porque Franco neutralizó e instrumentalizó a la Falange. Por otra parte, José Antonio miraba más a Benito Mussolini como modelo que a Adolfo Hitler. Al igual que los italianos, los fascistas españoles profesaban un claro catolicismo, no como los alemanes, y no eran propiamente racistas ni antisemitas aunque sí xenofobos. De hecho, el régimen de Mussolini fue más bien projudío hasta 1938".
Falangistas acomodaticios pro-Franco
Lo que es bien cierto es que Franco impidió durante su larga dictadura que surgiera algún sucesor carismático del fundador de Falange y fue arrinconando, uno a uno, a todos los que aspiraban a la jefatura falangista.Y el caso de Hedilla lo ilustra. Así buscó a dirigentes como José Luis Arrese, que le mostraron lealtad y sumisión absolutas. "Una mayoría de falangistas", afirma Payne, "una vez cumplida la prioridad de ganar la guerra civil, se resignó a hechos consumados. La comodidad de estar instalados en cargos públicos dentro del Movimiento o el temor a desmarcarse de Franco neutralizaron las ansias de revolución social de los falangistas de la primera hora".Todo el franquismo estuvo teñido de una mitificación casi religiosa de la figura de José Antonio, el ausente, un protomártir muerto a los 33 años, como Jesucristo, y cuyo retrato presidió centros oficiales, escuelas, hospitales y una obligada mención en los muros de las iglesias hasta que se aprobó la Constitución en 1978. "Un José Antonio muerto resultó ser un símbolo muy útil para Franco´y una ayuda invalorable ya muerto que no lo hubiera sido en vida. Franco adivinó lo que le convenía en la guerra y despues."termina Payne.Tambien el historiador Angel Viñas hizo todo lo posible por aclarar lo poco que Franco hizo por salvar a José Antonio, por medio de los alemanes-Teniente Coronel Walter Warlimont, al vicealmirante Carls de quien dependía el torpedero ILTIS, fondeado frente a Alicante y intervinieron en los intentos de rescate del fundador de Falange. Pero hubo un telegrama de franco, amenazando a quienes intentaran sacar a Jose Antonio opor canje de la cárcel de Añlicante
Nadie se trevió, porque Hedilla que luchó hasta el último minuto, estuvo a punto de ser susilado. El telegrama, que traslada las amenazas de Franco respecto del canje de José Antonio, fue publicado por primera vez por el historiador Angel Viñas quien aportó diversos informes procedentes del ARCHIVO MILITAR ALEMÁN DE FRIBURGO, contando, con los testimonios del propio Warlimont, así como con el del que fue cónsul en Alicante Von Knobloch (acérrimo partidario de Primo de Rivera y al que Franco trataba de que no interviera en el canje).
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