¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Garenio escriba una noticia?
El mercado actúa directamente sobre el cerebro de los niños a través de los medios masivos de comunicación, formateandolo y despertando sus necesidades de consumir, hasta transformarlo en un consumidor compulsivo, si es dejado a su arbitrio
Quienes estén dispuestos a traer un hijo a este mundo, en los tiempos actuales, deben entender perfectamente en qué consiste la tarea. La que va mucho más allá de proveerle: alimentación, techo, vestido y salud. Iniciándose desde el comienzo un proceso educativo, aunque la mayoría no sea totalmente consciente, de que ese aprendizaje haya comenzado.
De irse cumpliendo ese proceso adecuadamente, podemos esperar que esa persona que alumbró al mundo, encamine sus pasos adaptándose adecuada y productivamente a la sociedad. De no ser así, su inserción en la misma se verá retrasada, entorpecida y dificultada.
Dentro de su propia casa, existe un actor con un enorme poder para frustrar toda una correcta tarea educativa. Ese actor es en realidad un objeto que desde el primer contacto con el bebé, consigue atraparlo de tal manera que lo convierte en un cliente del servicio que presta. Servicio que consiste en: entretener, divertir y por sobre todo, vender.
Mucho de ese poder de seducción, que finalmente logra cautivarlo por completo, es debido al tipo de imágenes que emite y la técnica depurada con que se las edita. Logrando que el cerebro responda, produciendo las hormonas encargadas de brindar satisfacción y placer en el telespectador, al margen del contenido que se emita durante la programación.
Ese adiestramiento a edades tempranas logra que el bebé se aburra en presencia de otras situaciones que no sean las que se reproducen en la pantalla. Pretendiendo que el mundo real sea lo más parecido al virtual. Lo que al no suceder, lo frustra y lo disgusta grandemente, entrando en conflicto con él mundo que integra junto con los demás.
El efecto de calmarlo y entretenerlo, es lo que lleva a sus padres a instalarlo frente a la pantalla, permitiéndoles realizar otras tareas dentro del hogar o dedicar parte de ese tiempo a satisfacer sus propias demandas.
Este adiestramiento condicionará al niño en el futuro para aceptar el aprendizaje y la incorporación de los conocimientos en la escuela, por considerar el proceso de enseñanza-aprendizaje, lento y aburrido. Pretendiendo que se reproduzcan dentro del aula, las condiciones tecnológicas que lo han condicionado en su primera infancia y que lograron darle esa enorme satisfacción.
Por supuesto que semejante objeto tecnológico se encuentra al servicio de las empresas que desean vender sus productos. Quienes pagan enormes sumas de dinero para contratar espacios de tiempo de emisión durante las tandas publicitarias. Porque es más que evidente que esa inversión publicitaria logra los resultados que se aprecian al observar cómo se incrementan las ventas. Ya que de no ser así estas ventas de espacios publicitarios dejarían de producirse.
Este condicionamiento luego se irá ampliando con el uso de otras tecnologías que, también manejadas por el mercado, terminará por condicionar a los jóvenes para que adquieran los bienes que ofrecen prácticamente sin chistar. Introduciéndolos sin retorno en una cultura consumista.
Habiéndose traído al mundo a una persona que el mercado ha cautivado y sometido a su voluntad a través de las pantallas. Como si este, el mercado, hubiese contratado el vientre de su madre para adoptar a un hijo obediente, al que no tiene que alimentar, ni vestir, ni tampoco curar. Que además, se sienta mansamente frente al objeto tecnológico disciplinado y dispuesto a recibir órdenes, con la sola recompensa de la producción en su cerebro de la dopamina que le brinda placer, lo divierte, entretiene y de esa manera, lo premia. Ejerciendo en los hechos la patria potestad sobre el consumidor, sin hacer ningún trámite ante ningún juzgado para que se la otorgue.
Resistirse al despojo, es quizás el compromiso mayor con las nuevas generaciones que sus padres deberían realizar, en la medida de sus posibilidades. Siendo conscientes de que esa es su enorme tarea. Resistiéndose a que la cultura de las pantallas termine por hacer de su hijo, un obediente consumidor, en vez de una persona completa, como es en realidad a lo que todo padre aspira en que su hijo se convierta.
Soy consciente que quizás esto pueda resultar exagerado, pero en realidad, no lo es. También soy consciente que dada algunas realidades en las que viven las familias, es prácticamente imposible que no se apele a las pantallas para que se ocupen de entretener a los niños más pequeños que de otra manera no se los logra calmar. Pero es importante, por lo menos para mí, advertir del daño que sin intención se está haciendo al cerebro del hijo y a sus posibilidades futuras.
Eugenio García
http://garenioblog.blogspot.com