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Esto, hasta el presente. Pero veamos qué ocurre en los albores del siglo XXI. Las masas necesitadas, no sólo de techo y comida
Dentro de mil años, si es que existen el planeta y la humanidad tal cual los conocemos, es posible que se estudie en las lecciones de Historia que en las naciones como la Argentina convivían dos castas o clases dominantes: la de los militares y la de los políticos. Ambas se turnaban en el comando, si bien sometidas a pujas internas, por una razón elemental: los dictados de aquellos que mueven los hilos no tan invisibles del destino humano, en función de su propia supervivencia. Quiero decir, que a cada una de estas castas le toca el poder cuando puede ser respuesta al devenir propuesto por el verdadero Poder, en función de las reales políticas a seguir para mantener el difícil y necesario equilibrio de la conservación, en una tierra en la que se gastan ingentes cantidades de energía no renovable y la superpoblación fenomenal choca con la falta de recursos laborales, único método conocido por el hombre hasta el siglo XX, para lograr su subsistencia y su progreso en base a su dignidad.
Esto, hasta el presente. Pero veamos qué ocurre en los albores del siglo XXI. Las masas necesitadas, no sólo de techo y comida sino también de todo aquello que la producción industrial y tecnológica genera para sostener a las clases acomodadas en base a su comercialización, no encuentran, debido a su crecimiento poblacional y su falta de capacitación, modo de adquirir estos bienes. Falta el trabajo y los posibles aspirantes están muy lejos de poseer, mínimamente, los conocimientos necesarios para abordarlo. Inútil es que las escuelas públicas aumenten el número de años de asistencia obligatoria. Podrían hacerlo hasta el infinito. Un profesor de escuela pública, según lo aprendido a partir de sus programas, no cubre ni básicamente, los saberes que se necesitan tanto en tecnología, computación, idiomas o avance de cualquier ciencia aplicada. Los verdaderos “billgatitos” urbanos estudian en otros sitios y de otra manera. Ellos, los que dirigirán el mundo, son los pocos y ciertos depositarios del saber. No circulan por las redes convencionales. No miran la televisión, que quedó como alimento de masas, no leen lo que las mayorías leen, no se preparan ni piensan igual.
En tanto se hace necesario la gobernabilidad de estas masas crecientes de desocupados y caídos del sistema. Para esto se necesitan gobiernos que sustenten los llamados planes sociales, es decir, brindar un mínimo de contención en alimentos y en la ilusión de vivir con todo lo que la tecnología genera (lo cual, no olvidemos, sostiene la industria tecnológica y detrás de la que se asienta las clases acomodadas y sus billgatitos).
Proyectos como “el tren bala” fracasan porque son irrelevantes para sostener esta realidad. En cambio, “fútbol para todos” o “asignación universal por hijo”, son planes que sustentan la gobernabilidad. Y es necesario gobernar a estas masas. En realidad, todo plan, por generoso que sea supone un gran ahorro si pensamos cuánto se gastaría en verdaderos planes de educación y ordenamiento social y laboral.
El inmigrante no es considerado una riqueza, a pesar de los discursos que se centran en la discriminación, sino una peste
El fenómeno de crecimiento de masas , que viene siendo anunciado por los especialistas y analistas simbólicos desde mediados del siglo pasado, es hoy una realidad. Gobiernos como los de Cristina, una respuesta. Es Cristina como podría ser Juanita, Pepito o Pedrito. Títeres de las corporaciones internacionales que determinan los rumbos a seguir.
Supo decir el Papa Juan Pablo II que los delitos de ayer son las leyes de hoy. Aún estos cambios culturales vienen prefijados. ¿Se puede creer, por ventura, que la despenalización del aborto o el matrimonio gay son derechos adquiridos gracias a la lucha de sus protagonistas? Observemos cómo enemigos tales como el gobierno de Cristina y el holding de Clarín apuntan sus cañones al mismo objetivo –la Iglesia- si se trata de estos temas. Es que responden a la misma consigna: disminuir el crecimiento poblacional. En esta misma línea corre también, me aventuro a deducir, la des erotización producida por la excesiva exposición pornográfica en los programas de televisión para masas.
De hecho, se puede aseverar, ahondando en las palabras de Juan Pablo II, que el trabajo ya no es considerado fuente de dignidad, es decir, procurarse el alimento se va volviendo una realidad tan hostil, que sólo puede ser sostenida por gobiernos populistas que lo brindan junto con el techo y una pseudoeducaciòn, de manera gratuita. Para sostener esta realidad sin malherir los sentimientos de las masas hay que hablar de “derechos”. Ahora bien, esos derechos no se fundamentan en ninguna teoría que proponga al hombre como un ser trascendental, dado que por la naturaleza de la dádiva, sería un contrasentido. Son derechos y nada más. Porque sí. Es la muerte de la Filosofía. La posesión de la tierra, por otra parte, también surge como un derecho nuevo, ya no como consecuencia del esfuerzo y del trabajo, como proponían los códigos del siglo pasado, cuando inmigrantes lograban a través de toda una vida de madrugones y lumbagos, adquirir una finca para el sustento de su familia. En cambio, los grandes latifundios que explotan el negocio del alimento a partir del monopolio de la venta de semillas son contrarrestados por discursos oficiales en defensa de los pueblos originarios .A estos pueblos originarios – en ocasiones nada originarios- se atribuye por derecho la posesión de las tierras fiscales para establecer su hábitat. (En realidad, todos somos originarios si se lo piensa). Nada se dice de su derecho al trabajo. Por cierto, no lo hay.
El inmigrante no es considerado una riqueza, a pesar de los discursos que se centran en la discriminación, sino una peste. Y¿ qué otra cosa puede ser en un mundo carente de recursos? Por esta razón es que también los gobiernos populistas toman sus banderas. Es decir, se trata de asumir el sostén de las masas ignorantes y hambrientas para su control. Estos gobiernos, son, para las corporaciones y sus ciudadanos de primera, imprescindibles, y para las mayorías descastadas, una cuestión de supervivencia.
Proyectos como “el tren bala” fracasan porque son irrelevantes para sostener esta realidad. En cambio, “fútbol para todos” o “asignación universal por hijo”