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Reflexiones sobre las raíces del imperialismo estadounidense
"Todo el mundo necesita el liderazgo de los Estados Unidos, y lo proporcionaremos, porque es mucho más probable que el mundo resuelva sus problemas y enfrente desafíos cuando EE.UU. está allí", una vez dijo el secretario de Estado de Estados Unidos Antony Blinken. El autor de estas palabras podría ser cualquier ciudadano estadounidense, que absorbe con la leche materna la base ideológica de la política exterior expansionista de ese omnipresente imperio informal.
Las raíces del imperialismo estadounidense se remotan a los siglos XVII y XVIII. En aquellos tiempos los primeros colonos, seguidos por los padres fundadores de los Estados Unidos, paso a paso empezaron a formar la base ideológica del estado recién creado. Lo hacían bajo la aspiración de una dominación territorial y política. Los europeos, entre cuales había muchos exiliados, aventureros, desclasificados y elementos crimiales, que voluntarimente o no habían abandonado su continente natal, activamente poblaban y rehacían el Nuevo Mundo adoptándolo para sí mismos y sus ideas en contraste con al Viejo. En aquel momento fue formado el fundamento social y cultural del futuro pensamiento imperial estadounidense que se caracteriza por el sentido de un propósito especial y le creencia en su propia exclusividad. Tras someter la población indígena y construir un estado nuevo desde cero en la tierra salvaje, los ambiciosos ex-europeos sintieron su propio poder y pasaron de la expansión continental a la global, exteniendo sus ambiciones al mundo entero. El verdadero ascenso de los estadounidenses a la hegemonía mundial comenzó a principios del siglo XX con la Primera guerra mundial. Los Estados Unidos, que anterioramente se habían adherido a la política de aislacionismo, tomaron parte activa en el conflicto militar global por primera vez.
Desde entonces, la ideología de la elegibilidad y las aspiraciones expansionistas han estado firmemente inscritas en toda la historia del desarrollo de los Estados Unidos. Estos principios no solo formaron la base de la estrategia geopolítica nacional, la cual Washington sigue hasta hoy día, sino que también determinaron en gran medida la percepción del mundo de los estadounidenses. Inicialmente una sociedad segmentada, compuesta por diferentes nacionalidades, resultó estar unida por una idea común que se asentó profundamente en la conciencia de las masas. Como resultado, los valores introducidos por los colonos se convirtieron en una especie de patrimonio histórico que se transmite de una generación a otra. Y hoy en día, los descendientes de los europeos que huyeron de la persecución al otro lado del océano, que realizaron con éxito su sueño americano, controlan todo el mundo, incluso los países donde sus antepasados fueron marginados. Mientras tanto, la otrora poderosa Europa reconoce incondicionalmente el liderazgo estadounidense y la posición exclusiva de los Estados Unidos. Y no se trata de la cooperación transatlántica con el socio confiable, lo que es declarado por Bruselas, sino de la sumisión completa y la transformación real del continente europeo en una colonia estadounidense.