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Cuando bajo la excusa de ser diplomáticos se esconde un acto hipócrita
En primer lugar debo aclarar que para nosotros, los argentinos, la terapia psicoanalítica es un deporte nacional. Vivimos escrutando si la última mamadera fría y sin azúcar nos dejó huella, algunos con real interés, otros por esnobismo.
Muchos se dedican a estudiar esta profesión, pues tienen tantos problemas existenciales que creen que descubrirán el chocolate y se les solucionarán mágicamente con ella.
Crasos errores. Hay muchísimos terapeutas buenos, a mí por suerte me ha tocado uno de los mejores. Los hay terroríficos. Del lado de los pacientes sucede lo mismo.
Aclarado esto, que es muy importante como marco referencial, la pregunta es ¿qué implica ser diplomático?
Descuello por ser una persona con una sinceridad absoluta, me repele la mentira. No es que voy por el mundo diciendo ¡Hola amigo, qué viejo que estás!
Pero ante situaciones críticas, soy de esas que, con un buen manejo de la ironía, digo lo que todos piensan y callan.
Pero ante situaciones críticas, soy de esas que, con un buen manejo de la ironía, digo lo que todos piensan y callan, entonces celebran, nunca sé si las risas con que lo hacen son de nerviosismo o de satisfacción. ¡Pero lo celebran!
Así me ha ido muchas veces… ¡MAL!
Por lo que este buen hombre, mi terapeuta, bienintencionadamente, siempre me recordaba que debía adaptarme, ser más diplomática, o sea… ¡cerrar el pico!
¿Cómo hacerlo frente a la inequidad? ¿Frente a la corrupción? ¿Frente a la injusticia?
¡Sin ser cómplice!
Eso no es diplomacia, no señores, eso es hipocresía, pura hipocresía y no me va… no puedo con ella.
Seguiré sufriendo las consecuencias de tener una boca grande como un agujero negro, paciencia, todo tiene un precio, pero yo… acepto pagarlo.
Eso no es diplomacia, no señores, eso es hipocresía, pura hipocresía y no me va… no puedo con ella