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Temas de comunicación socio-política. Un intento de comprender como funciona el pensamiento dogmático y el mundo en clave de antagonismos..
"¿Cómo es el mundo..? ¡ Pués está muy claro... de una sola manera, es como lo veo yo !" - Divagaciones de un hombre sitiado; Xavier de la Colina
Por otra parte, digamos que cuando las ideologías (definidas estas como “fundamentalismos doctrinales”) anidan en personalidades extremas de acción, generan con facilidad adictos que reemplazan la reflexión por el acto compulsivo. Lo que hemos dado en llamar “hombre ideológico”, (esclavo de una actitud “ideologista”) es hipercrítico con todo lo que está allende su doctrina, y por defecto él tenderá al ideal de normalizar el universo para que coincida con su credo (que a su juicio es el verdadero).
El hombre ideológico no es pragmático, ni realista. Abrazado a la doctrina de plomo que lo viste se hunde necio con su rígido discurso en las procelosas aguas de la polémica. Así, comportamiento, ideología, personalidad y situación social se amalgaman cotidianamente en el escenario de la vida, gestando a veces pasos de comedia, otras veces escenas bélicas y otras más dramas inefables. La política doméstica de nuestros días nos da más de un argumento en este sentido.
El pensamiento adicto
Lo común en todas estas variantes es la “adicción a una idea” nodal (que se presenta como “sistema de ideas autoreforzadas”) y a la que se vuelve una y otra vez. Adicto, (del latín a-dictúm) es aquel que carece de palabra plena y se agrega a la horda del verbo enajenado en un objeto que obtura la circulación y crecimiento cambiante de ideas. El acto del retorno circular reemplazará al pensamiento reflexivo.
El sujeto “doctrinal dogmático” suele abroquelarse en las “verdades” o principios doctrinales de tal o cual discurso instituido, no como referencia a un marco ético sostenido en creencias generales que le permitan reconocerse como un ser moral, sino como defensa obcecada de asertos ligados a una identidad rígida o endeble que necesita aferrase a una exterioridad de preceptos inmutables que lo contenga. Este movimiento ideativo genera y se sostiene en un núcleo duro revestido de valor supremo, que llamamos “la creencia axiológica” (investida de valor).
Las creencias funcionan como axiomas que determinan actitudes consecuentes. El problema práctico no son los axiomas en sí mismos -no hay moral sin axiomas- sino la veracidad de las creencias que los motivan. Cuando aquellas no pueden ser comprobadas con certidumbre funcionan simplemente como pre-juicios. Y el pre-juicio es el verdugo de la actitud considerada con la existencia del otro, el detractor consumado de un dialogo que transforme el dilema en un problema y el problema en solución.
El hombre “doctrinal dogmático” es un ejemplo de todo esto. El núcleo duro de la creencia axiológica se “encapsula” alejándose de cualquier dinámica dialogal y promoviendo el espíritu de facción. Pierde de esta manera la capacidad de “pensamiento libre”, en tanto este concepto implica circulación dialéctica de ideas en su interjuego contradictorio.
Un estancamiento de las ideas creativas -que hace algunos años propuse llamar “objeto oclusor”, por su capacidad de ocluir, detener- se instala entonces en una lógica circular de tautologías, y auto justificaciones, reemplazando lo simbólico del “logos” (discurso que da razón a las cosas) por lo imaginario de un espejo que le devuelve su imagen alienada en pura emocionalidad visceral, adicta, sin palabras.
El pensamiento antagónico se centra en enfatizar rasgos parciales, que contrapone como totalidades diferentes e incompatibles..
El pensamiento antagónico
Entre nosotros, (1) en el mundo del trabajo, la política y la cultura, en fin en la comunidad misma, se constata la hegemonía del “pensamiento antagónico”. El antagonismo (oposición, contrariedad, discrepancia, etc.) construye sistemáticamente antinomias (denominaciones y designaciones que denotan opuestos y connotan valoraciones irreconciliables).
Este tipo de pensamiento se sostiene sobre una lógica de supuestas esencias heterogéneas y permanece en un nivel analítico, que -por su propia dinámica- es desagregante, es decir disgrega y particiona la cosa misma analizada. Pero resulta que lo que se analiza es más la forma que el fondo. Es una taxonomía de las apariencias y una exégesis de los pre-juicios.
El pensamiento antagónico se centra en enfatizar rasgos parciales, que contrapone como totalidades diferentes e incompatibles, viendo a “lo otro” como esencialmente opuesto a “lo mío” por su naturaleza. Busca establecer territorios de facción para ubicar afuera al “otro diferente”, el que piensa distinto, el que representa otra idea. Por eso el pensamiento antagónico es sostén de las doctrinas del disenso perpetuo.
Apoyándose con frecuencia en una seudo fundamentación de principios, (que en general no son más que fundamentalismos vacuos), funciona con la bipolaridad nosotros-ellos, bueno-malo, amigo-enemigo, todo-nada, viejo-nuevo, lealtad-traición. Es necesariamente monologal sobre una lógica formal y tributaria de doctrina.
Por contraste con el anterior, el “pensamiento contextual” es sintético, parte de diagnosticar analizando, no las formas sino los contenidos, para superar las diferencias a partir de enfatizar las coincidencias. No se detiene en la confrontación de “posiciones” sino que abunda en el examen de los “intereses” comunes a los actores involucrados y se dirige a buscar diagonales de solución que superen al imaginario confrontativo, proveyendo una síntesis proactiva que facilite el avance ante la inacción propia de la pelea narcisista. Por eso, la lógica contextual no es el reverso de la anterior, sino que constituye un proceso alternativo que dialécticamente lo niega, lo contiene y lo supera. El pensamiento contextual es necesariamente dialogal sobre una lógica dialéctica.
Si la lógica antagónica conduce siempre al disenso como condición de existencia, para la “lógica contextual”, en cambio, lo importante es el consenso , porque sobre este se construye “la política”, que es la condición de existencia de la comunidad de individuos trascendiendo en convivencia. El consenso es un punto de llegada y presupone una pluralidad de partida. Consenso no es necesariamente unanimidad indiscriminada de ideas, ni uniformidad de opiniones, sino ajuste de bordes para llegar a los núcleos de interés común (por ejemplo en la Nación las políticas de Estado) que nos permita una similitud contractual de actitudes, alejadas del comportamiento de facción, que tanto perjuicio ha provocado a la República y aún perdura, a casi doscientos años de su nacimiento.
Ref: (1) El autor escribe en referencia inmediata a la idiosincracia y la cultura sociopolítica media de Argentina
Foto: © Archivo personal
Contacto: afcRRHH@gmail.com
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El núcleo duro de la creencia axiológica se “encapsula” alejándose de cualquier dinámica dialogal y promoviendo el espíritu de facción