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A lo largo de estos últimos años se ha operado en Argentina una interesante e inesperada transformación en la percepción por parte de la gente con respecto al discurso noticioso y pseudoinformativo de los grandes monopolios
De esta manera ha quedado por demás demostrado que ya no quedan caretas por desprenderse en el gran carnaval mediático y que ya es tiempo de contabilizar las fichas de este inmenso juego para ver quién está en cada equipo.
Es decir, quien lee hoy 'Clarín', 'La Nación' (o consume cualquiera de sus subproductos radiales o televisivos), ya debe saber qué es lo que está leyendo mientras adhiere de buena gana a la línea editorial de esos soportes. Tal vez queden algunos despistados, pero deben contarse por millones los que ya se han enterado de cómo va la cosa en realidad. Frecuentemente uno prefiere elogiar y tildar de inteligente al que, casualmente, piensa y se expresa igual que nosotros; estamos de acuerdo de antemano con ese sujeto y solo nos sentimos defraudados si empieza a opinar de forma contraria a la que tanto nos agradaba.
Yo ya no estoy muy seguro de qué significa 'injusticia' dentro de un medio como Clarín, o qué significado tiene para sus dueños la palabra "derechos". Quien trabaja en ese medio o los que comulgan con su ideología, saben que es una empresa que se dedica a deformar la realidad, a utilizar tendenciosamente la supuesta información emanada de múltiples fuentes que jamás se corroboran, a digitar voluntades políticas para beneficiarse económicamente.
Si tuviera que explicarlo de forma muy básica, diría que no sé si está mal que el dueño de una fábrica de clavos no permita que un empleado utilice su línea de producción para intentar hacer galletitas. Está en su derecho de exigir que la maquinaria se use para lo que ha sido pensada y diseñada. El aventurero e idealista empleado puede sostener que en el mundo hacen falta más las galletitas que los clavos, que un desayuno con café y clavos no es lo mejor para empezar el día y otro montón de justificaciones por el estilo. Pero entonces deberá buscar trabajo en otra fábrica, ese no es el lugar donde hacer lo que desea.
Lo verdaderamente grave es cuando el dueño de la fábrica de clavos sale a decir que lo que fabrica son galletitas, y le vende un paquete de clavos a la gente que se los come lo más contenta (que es lo que sucede con los grandes monopolios mediáticos)
El eje de todo se centra, entonces, en la verdad, para que el que desee comer clavos, vidrios o tornillos lo haga sabiendo qué es lo que está masticando y, en todo caso, estará de acuerdo con su dieta.
El empleado idealista del que hablábamos podrá ensayar la postura de ‘operario independiente’ pero entonces - y por propia definición- no podrá actuar bajo la relación de esa incómoda dependencia.
Ahora tiene dos opciones: irse a una fábrica de galletitas o instalar la propia.
Quedarán entonces los operarios autómatas y con escasos berretines de rebeldía, decorando con mermelada los clavos intragables que más de uno estará dispuesto a saborear de buena gana. Allá ellos.
Lo cierto es que desenmascarar a diario los embustes de Clarín y sus secuaces ya casi no tiene gracia, es como burlarse de lo poco que sabe un niño de tres años sobre mitología griega; es una tarea fácil, que se hace sola, sin mayor esfuerzo. Cualquier notero simplón la puede realizar sin transpirar demasiado.
Lo que sí debiera existir es la figura de 'mala praxis' en el periodismo, como para que si un noticioso malinforma reiteradamente - por negligencia o con marcada intencionalidad - se lo excluya de la oferta informativa. No se debería poder decir cualquier cosa, todo el tiempo, y seguir como si nada, cuando en esa acción radica la razón de ser de un medio periodístico.
De todas formas, uno compra o no compra, mira o no mira, decide qué voces oye y cuales ignora; lo definitivamente valorable es que ahora se ha instalado la discución sobre algo de lo que no se hablaba: hay una nueva ley de medios, más plural y participativa.
Es hora, entonces, de poner la propia fábrica de galletitas y no engañar a nadie con el relleno.