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Tantos nombres, hombres y mujeres, cuyo objetivo principal en su paso por la vida es dejar constancia de su presencia, con lo que pueden convertirse en inmortales sin proponérselo, porque su obra, sus buenas acciones y su legado les sobrevivirán
Conozco a muchos que atracaron en un barco de niebla, una fría mañana de bruma espesa llegada a horcajadas de todos los confines del recuerdo. Unos llegaron por primera vez a probar suerte y se quedaron, otros retornaron cargados de memoria, vivencias y sueños inconclusos. También llegaron muchos desmemoriados, sintiéndose primerizos en tantos caminos irreconocibles. Una querencia, con el verdor del paisaje como telón de fondo, hizo de todos su presa fácil. Enfrente encontraron la puerta de sus más caros anhelos y la duda se apoderó de todos: no sabían si entrar o salir, mientras una intensa lluvia inundaba cada poro de su piel, y los truenos les desequilibraban los tímpanos, desacostumbrados a tantos decibeles venidos de la agresiva naturaleza. Al principio, como cargados de suspicacia trasatlántica, se acercaron con cautela, como quien pasa rozando el sentimiento, para luego, definitivamente, entrar al corazón de los que siempre tienen las puertas, oídos y brazos abiertos. Se encontraron con las mismas cuestas de antaño, la plaza cubierta de palomas, los campos en eterno verdor, ríos cristalinos, pero algo, tal vez mucho, había cambiado en la mirada de la gente, como los caminos polvorientos de entonces que ahora mostraban su negrura de alquitrán y líneas blancas interminables. La primera impresión que tiene el que llega de lejos sin las alforjas llenas, es que con cada silencio que percibe hay una interrogante sin respuesta; un “tantos años allá y vuelves como te fuiste”. No lo dicen a viva voz, pero se presiente en la comisura de los labios, en las muecas incomprensibles y en el ceño fruncido de quien no entiende razones ni escucha argumentos salpicados de nostalgia. Quien vuelve con preguntas (que sabe nadie está dispuesto a responder) se encuentra con una estampida de gorriones al escuchar un disparo de escopeta entre los arbustos. Así podemos hablar de Pepe Carrasco, tan andaluz como su mirada y ese humor siempre a flor de piel; Manolo Díaz, de quijótica estatura y un pecho tan grande como la libertad; Alejandro Grande, inmenso como su apellido a pesar de su metro cincuenta y cinco; Carlos Veiga, de aquí y de allá, “o de ninguna parte”, como él dice; Genoveva Delgado, tinerfeña y profesora de historia en la Universidad de Los Andes (Venezuela) que siempre viaja a "su isla" como primer destino, en cada una de sus concurridas clases; Nemesio Puga, poeta y escribidor de historias cercanas y tan reales; Emilio Soto “Milucho”, marinero de aguas profundas y músculos tan fuertes como su amor por Galicia; Máximo Puig, constructor de casas y narrador de cuentos catalanes y universales entre ladrillo y ladrillo; Armando Varela, cantero convertido en escultor de altos vuelos; Francisco Vila “Paco”, gaitero astur de cuna y corazón, que deleitó a los cientos de asturianos (también muchos gallegos) que asistieron a sus conciertos en México, Lima, Panamá, Asunción, Caracas, La Paz, Bogotá. Tantos nombres, hombres y mujeres, cuyo objetivo principal en su paso por la vida es, fue y será solamente dejar constancia de su presencia, con lo que pueden convertirse en inmortales sin proponérselo, porque su obra, sus buenas acciones y su legado les sobrevivirán. Quien tuvo y tiene el privilegio de escuchar sus voces con acentos multicolores, y presta oídos alrededor de una hoguera de palabras, ya nunca más tendrá una visión sesgada de la vida emigrante y sus consecuencias salpicadas de nostalgia. Cuentos, anécdotas, versos, sonidos, pasión y emociones, vertidas a fuego lento en torno a un ritual improvisado con la luz de unos troncos de pino incandescentes en mitad de la velada.
¿Por dónde andaría España si los españoles no hubieran emulado al Exodo bíblico y abandonaran su tierra para buscar una vida mejor más allá de los confines del mundo? ¿Qué ha quedado de Finisterre, Avilés, Bilbao, Alicante, Zaragoza, Cáceres o Almería, en la memoria lugareña de amigos y familiares?
No debemos ignorar las andanzas ni cada uno de los viajes de estos osados aventureros, cazadores de sueños y profesionales de la esperanza
La ciudad, villa o aldea se desplaza bajo la niebla que inunda sus calles y empaña los cristales. De las montañas blancas viene la lluvia a humedecer los ojos de nostalgia, para escribir el poema del día y escarbar un lugar seco donde quepan la quietud y el descanso del caminante.
Si hemos de reescribir la historia y modificar los instantes de memoria, no debemos ignorar las andanzas ni cada uno de los viajes de estos osados aventureros, cazadores de sueños y profesionales de la esperanza, que un día rompieron sus ataduras y se hicieron a la mar sin más compañía que una ilusión desbordante y un objetivo firme en el pensamiento: “Conocer el mundo en libertad y volver con la maleta llena de billetes". Muchos lograron la meta imaginada, con suerte, ayuda y perseverancia; otros tuvieron que luchar infructuosamente entre la niebla de las vicisitudes y volvieron con esa misma niebla con la que se fueron. Lo peor de todo es que hay quienes todavía siguen con su particular niebla a cuestas algo extraviados en caminos de la ausencia.