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¡Es una lucha..!

27/11/2012 16:10 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

El escenario social de los recursos humanos en conflicto..

“Los lugares contingentes nos determinan, pero los permanentes nos sobredeterminan” - Heriberto Murel

El “hombre-de-la-calle” es tal en tanto civil que transita anónimo con la libertad que le da el derecho constitucional ciudadano. La esencia de ese hombre deviene de su experiencia “en-la-calle”.

“La calle” es el espacio transicional urbano donde se realizan las transacciones sociales anónimas cotidianas, por lo que resulta el paradigma del llamado “espacio público”. Por su parte “el barrio” (los pocos que aún quedan) son la expresión pública de lo comunitario conocido, del hombre con nombre, del prójimo y la familiaridad territorial.

Los entornos materiales y las situaciones de rol en el plano socio-laboral son en gran medida los codeterminantes de la conducta humana “normatizada”, es decir habitual y esperable para las mayorías estadísticas. La gente responde en los espacios públicos (esto es, más allá del espacio personal y familiar) con arreglo al “personaje de rol” que se asigna y le es atribuida, y esta calidad lo determina en su acción. De tal suerte, por ejemplo, el peatón criticará al conductor y éste a su vez reprochará al peatón. De igual manera el transeúnte libre se quejará del manifestante callejero que lo detiene en su circulación, y éste verá al primero como un ser individualista que reacciona poco solidario, aunque al mismo tiempo quisiera conquistar su adhesión en apoyo de su causa.

La calle está dura

En los últimos años ese espacio civil suele verse interferido ruidosamente una y otra vez por una dimensión que le es ajena al transeúnte y que recibe pasivamente: la corporativa o gregaria circunstancial, devenida en protesta grupal callejera.

Así, aquel que circula se fastidia frente al “hombre corporativo”, un “trans-individuo” que, a la sazón, se constituye imperativamente con otros en un ámbito que por definición es anónimo, individual y libre.

Sucede que la comunidad -huérfana de un Estado que regule con eficacia por vía del derecho los conflictos sectoriales e interindividuales- procede a sacar sus demandas a la calle, bajo las mil formas de “acción de protesta”.

Día a día vemos marchas de las parcialidades más diversas que acuden ante edificios estatales y privados a reclamar lo que consideran sus derechos, intentando de tal suerte hacer valer y difundir sus reivindicaciones: gremios, sociedades de fomento, vecinos solidarios, militantes políticos, cartoneros y hasta adolescentes “skaters” (sic), como ocurrió hace días en Capital Federal.

Para “el hombre de la calle” el “otro corporativo” aparece en el escenario público no como individuo, sino como parte de una masa amorfa (“hombre-grupo”), entidad gregaria con identidad grupal encarnada en siglas, banderas y pancartas que hablan de una pertenencia excluyente para el que mira, ubicándolo como espectador extrañado, excéntrico a la significación del evento. Parado en una esquina, impedido de circular o simplemente curioso, como ciudadano es ajeno a la causa desencadenante, aunque entienda los motivos y pueda o no identificarme con los que manifiestan.

Para “el hombre de la calle” el “otro corporativo” aparece en el escenario público no como individuo, sino como parte de una masa amorfa..

El hombre de la calle vivenciará la protesta con extrañamiento afectivo: “No es problema mío, yo no soy ese que declama, ni lo seré”, se convence, a modo de defensa contra la perturbación de la neutralidad de la calle. “En este país no hay quien viva”, frase que podría resumir su vivencia.

Por eso se enajena en el obstáculo que los marchantes ponen en su camino habitual hacia la meta cotidiana de su vida, y expresa luego distancia, enojo o quizá indiferencia en el marco de la anécdota que por su recurrencia parece mudar a la norma. Ese hombre “de la calle” expresa su opinión y con frecuencia su enojo precisamente cuando está “en la calle”.

Es una lucha

Nuestra sociedad vive en una suerte de asamblea extramuros permanente. Todo el malestar y las pujas de intereses se juegan políticamente en la calle. El sistemático debilitamiento y “ninguneo” de las Instituciones de la República verificado en los últimos años, deja el espacio libre al “tour de force” de las bases sociales. Cuando el conflicto laboral o sociocultural deja de serlo a intramuros de la organización que lo generó produce un segundo malestar: el del ciudadano ajeno transitando en la calle, que se suma al malestar primario de aquellos ciudadanos que protestan grupalmente.

Dijimos que la calle es el territorio natural del ciudadano en su faceta de persona y personaje civil y es aquí donde aparece el clásico y simplista dilema acerca del derecho de “los unos y los otros”, que todos los medios de comunicación reflejan.

El mismo hombre de la calle que hoy mira pasar al hombre de la corporación de turno, en medio del consabido cotillón y -aún reconociendo la justeza de sus derechos y reclamos- pide que no se limiten o alteren los suyos propios, es posible que mañana, harto ya, salga también junto a otros semejantes en reclamo de un nuevo derecho denegado o por una causa que considere trascendente, tal como ocurre en estos días.

El fondo de esta confrontación añadida, es -en opinión de H. Murel en su texto “El orden de las cosas”- el síntoma de una “intrusión territorial”, un desajuste de pertinencias habituales, una alteración del ordenamiento público que trastoca la presunción de normalidad, (que no es otra cosa que la percepción de las espectables rutinas sociales).

Desde otro ángulo de análisis, es cierto que el derrame virulento de lo corporativo o sectorial en lo público resulta del avance protagónico de la Comunidad (compuesta básicamente por sectores de intereses) sobre las huellas de la carencias de la Sociedad (el Estado). Seguramente la mayoría de estos problemas no se desarrollarían tal como las vemos si las Instituciones, tanto públicas como privadas, y los poderes gubernamentales de turno funcionaran con arreglo al respeto de las leyes y en consecuencia premios y sanciones hicieran real la manida idea de justicia.

Pero esto es ya otra cuestión que excede el objetivo de esta nota. Así de complicado. Vicisitudes del hombre de la calle que -como suele decir con humor mi amigo Carlos Santonastaso- resultan definitiva y cotidianamente…“ser una lucha”.

Contacto: afcRRHH@gmail.com

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Autor:
Alberto Farías (72 noticias)
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Opinión
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