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La trastienda ideológica Rogelio Alaniz Acerca de la relación política de Perón y Eva, es necesario despejar algunos malos entendidos producto de la mitología creada simultáneamente por quienes los amaron y quienes los odiaron. El Perón que manipula a Eva como si fuera un títere está tan alejado de la realidad como su imagen inversa: la Evita que hace de Perón una marioneta dócil a sus ambiciones. En su reciente libro, Loris Zanatta brinda interesantes testimonios históricos acerca de cómo Eva construye redes de poder, pero a mi criterio termina subestimando la gravitación política de Perón y las fuertes relaciones carismáticas que él establece con sus seguidores.Por el contrario, mi hipótesis es que los dos fueron carismáticos, los dos practicaron el populismo y los dos defendieron el mismo proyecto de poder. Las diferencias entre ellos eran temperamentales y, en más de un caso, provenían de los roles que les tocó desempeñar en el ejercicio del poder. Evita podía permitirse algunas licencias que a Perón no le estaban autorizadas, pero deducir de allí diferencias políticas o ideológicas entre ambos hay una larga distancia y, sobre todo, hay serias dificultades para poder probarlas históricamente.Sí puede admitirse la existencia -en cierto momento- de un poder bicéfalo, un poder que en cierto tramo de la historia remite a dos centros de referencias. Evita, en su mejor hora, ejerce atributos que no podría decirse que compiten con los de Perón, pero son diferentes. Lo cierto es que para ese tiempo se habla de Perón y Evita, y la referencia alude a dos centros de poder que si bien invocan los mismos valores, reclaman niveles de obediencia diferentes. Objetivamente podría decirse que para 1950, por ejemplo, hay evitistas y peronistas, funcionarios y políticos que invocan la autoridad de uno o de otro y esa diferenciación es cada vez más visible.La enfermedad y la muerte imprevista de ella impidió observar cómo maduraba esa relación, pero no es descabellado plantear que marchaba hacia un conflicto con desenlaces imprevisibles. El conflicto en este caso respondía a la lógica exclusiva y absorbente del poder, porque en efecto, dos centros de poder de esa magnitud tarde o temprano producen algún cortocircuito.Todas estas afirmaciones o sugerencias son muy difíciles de probar, porque no hay documentos que las avalen mientras que las declaraciones de ellos, por atendibles razones de prudencia política, insisten hasta el cansancio en reivindicar los valores de la fidelidad. Al respecto, no deja de llamar la atención que inmediatamente después de la muerte de Evita, Perón ajustara cuenta con sus principales colaboradores, entre los que se incluye su hermano Juancito, cuya misteriosa muerte no ha podido esclarecerse hasta el día de hoy, aunque hay motivos para sospechar de que más que un suicidio fue un crimen.Las diferencias entre Perón y Eva se manifiestan en matices, matices disimulados por las invocaciones a la lealtad. El estilo de acumulación política de ella es diferente al de él, sobre todo al de Perón presidente metido de lleno en los laberintos de la gestión. Con Evita se afianza el criterio fundado en las lealtades personales. El clientelismo, el prebendalismo, el patrimonialismo y las relaciones familiares se acentúan y pasan, en más de un caso, a ser decisivas. En ese contexto, queda poco margen, por no decir ninguno, a la institucionalización. El poder nace y se concentra en ella y sus posibilidades de circulación son mínimas. Para Evita, palabras como pluralismo, debate de ideas, procedimientos republicanos, no existen. Su relación con la política es más religiosa que política. Alguna vez se sostuvo la hipótesis de que la influencia de Evita en el peronismo fue decisiva, al punto que después de su muerte siguió gravitando y, de alguna manera, esa lógica fundada en el conflicto permanente, la concentración de poder, lo aprisionó a Perón y fue uno de los factores de su derrumbe. La hipótesis puede aceptarse a libro cerrado o relativizarse. En lo personal creo que ese mandato "de la tumba" efectivamente existió, aunque habrá que ver hasta dónde fue tan diferenciado y tan decisivo. Según estas mismas interpretaciones, el peronismo de Perón sin Evita hubiera sido una dictadura más. Es posible, pero me temo que la hipótesis exagera demasiado el rol de Evita o subestima el singular liderazgo de Perón.Yo me atrevería a plantear que no hay diferencias sustantivas entre ellos, pero sí espacios de poder diferenciados, espacios de poder que crean su propia lógica y que en cierto momento pueden escapar al control de sus promotores o generar efectos no deseados. En cualquiera de las situaciones, la muerte de Evita deja en puntos suspensivos el relato acerca del despliegue del poder.Faltaría, por último, reflexionar acerca de su ideología. Allí también el mito impide avanzar. Como se sabe, la leyenda habla de una mujer apasionada, arrebatada por la grandeza de su causa o el testimonio de su amor, y en ese contexto no hay lugar para un análisis racional acerca de sus criterios de verdad para intervenir en política. Amigos y enemigos coinciden en destacar el genio de sus intuiciones, la pasión de su amor o, según se mire, su resentimiento, pero en todos los casos parecería que ella es impermeable a las ideologías.¿Es así? Más o menos. Es verdad que Evita no fue una ideóloga, mucho menos una intelectual que actuara atendiendo teorías políticas, pero de allí a reducir sus actos a impulsos intuitivos hay una gran distancia. A Evita no se la puede encuadrar en una ideología determinada, pero los hombres que le escribían los discursos, los que la asesoraban, sí respondían a ideologías precisas. Desde el padre Hernán Benítez a Ivanissevich, Muñoz Azpiri, Méndez San Martín o Alejandro Apold, todos pertenecían a espacios ideológicos precisos que sin ningún reparo pueden ubicarse en la derecha religiosa y política y, en más de un caso, en el fascismo.Asimismo, no deja de ser sugestivo que los dos intelectuales importantes del progresismo peronista de entonces, Arturo Jauretche y John William Cooke, siempre fueron mirados con desconfianza por ella y, en el caso de Jauretche, llegó a ser considerado casi un enemigo. Quienes años después inventaron una Evita de izquierda, algo así como una Rosa Luxemburgo, intentaron explicar esa aparente contradicción invocando, otra vez, su carácter apasionado, su vitalismo desbordante ajeno a las especulaciones intelectuales. Desde la ironía o el humor, su confesor, el cura Hernán Benítez la define como una comunista de derecha. Tal vez no estaba equivocado. Que desconfiaba de los intelectuales, es cierto, pero no deja de llamar la atención que esa desconfianza fuera hacia los intelectuales progresistas, porque con los de derecha no tenía tantos problemas y por lo que se puede deducir de la correspondencia y las fotos, no estaba demasiada incómoda con ellos. Especulaciones al margen, tampoco estuvo incómoda en España con Franco, donde sus manifestaciones de simpatía al régimen iban más allá de lo que aconsejaba la prudencia diplomática. La foto de Evita rodeada de franquistas y haciendo el saludo fascista en el balcón, es algo más que un gesto dictado por las exigencias de la buena educación.De todos modos, lo cierto es que ella no estaba cómoda con los intelectuales. Las relaciones que establecía con sus seguidores estaban fundadas en la mayoría de los casos en el servilismo, no en la reflexión inteligente y crítica. Aquellos rituales que habrán de distinguir al peronismo en el futuro, los rituales de la verticalidad y la obsecuencia tienen en Evita a su principal divulgadora. Sus colaboradores íntimos son personajes como Espejo, Ivanissevich, Cámpora, Cereijo, Nicolini; hombres cuya exclusiva virtud era no tener ninguna.Este 26 de julio se cumplieron sesenta años de su muerte. Ello quiere decir que el ochenta y cinco por ciento de los argentinos no compartió su tiempo histórico. Sus relaciones con Evita provienen de la historia, de lo que le contaron sus padres y sus abuelos, de la publicidad política y del propio mundo del espectáculo, el ámbito en donde ella siempre estuvo en su plenitud. Así y todo, ninguna de las interpretaciones críticas que se hagan sobre su personalidad o su obra, logrará poner en tela de juicio al mito creado alrededor de su persona. Lo que se diga de ella a favor o en contra, pero sobre todo en contra, no la alcanza. Aventurera, resentida, prostituta, actriz, demagoga, ninguno de esos adjetivos conmueve su imagen. En todos los casos, se mantiene intacto. El hecho cierto y evidente es que estamos ante una mujer excepcional, una mujer que con los modestos recursos que le brindó el destino, fue capaz -a la edad en que otras chicas recién están descubriendo el mundo- de comprometerse de lleno con los dilemas de su tiempo y hacer de ese compromiso uno de los mitos más formidables de nuestra historia. Evita habla al pueblo desde una tribuna oficial. Foto: télam