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¿En qué consiste ese sentimiento que corroe algunas almas?
En primer lugar, parecería que la definición del diccionario de la Real Academia, es contradictoria, puesto que la emulación es imitar las acciones ajenas e incluso superarlas, pero en sentido ‘favorable’, no sumirse en la tristeza o en el pesar por los logros de nuestros vecinos.
Pero bien, nos ocuparemos sólo de la primera acepción. Durante muchos años, y cuando digo muchos estoy hablando de la mayor parte de mi vida, no creía en la envidia. Me parecía que no había tiempo en ella para albergar ese sentimiento.
En todo momento una persona tiene tanto por hacer…, tanto por vivir…, que no puede detenerse a penar por lo que logran otros, todo lo contrario, si nuestros afectos avanzan, nos produce alegría y nos da más fuerza, porque eso nos demuestra que siempre se puede. ¡Nos alimenta la esperanza!
Además una es conciente, que detrás de cada éxito hay un proceso lleno de esfuerzos, nada en la vida es gratuito.
Más parece que muchos no lo ven así. No sopesan que para obtener un bien, antes hubo que pelar muchas papas. Sólo se quedan con el resultado.
Y allí es cuando, de una manera especular, el movimiento ajeno, les muestra sus propias falencias. Eso es lo que les provoca el pesar, la tristeza. Pero no pueden reconocerlo, hacerlo sería reflexionar sobre sí, entonces lo reflejan en el otro y lo envidian.
Quisieran estar en su lugar, pero sin haber hecho el esfuerzo, ¡sin haber pelado las papas!
Y ese sentimiento corroe el alma, paraliza, hace daño. No sólo al que lo siente sino también al que lo recibe.
La mayoría de las veces es absolutamente inconciente, pero si una sabe escuchar, si observa la conducta de quienes nos rodean, aprende a captar sutiles detalles que demuestran que esta maleza existe.
Además una es conciente, que detrás de cada éxito hay un proceso lleno de esfuerzos, nada en la vida es gratuito
A veces es una frase, un simple dicho fallido, un comentario revelador.
Viene a cuento una anécdota que recuerdo, siendo socia de un club social, el presidente y su esposa, una pareja mayor, me habían tomado especial cariño. Llegaban las nuevas elecciones de autoridades y me propusieron que integrara la lista para el Comité de Control Legal, dada mi condición de abogada.
Por ese entonces yo contaba con muchísimas amistades en el lugar, algunas más cercanas que otras. Entre las más allegadas tenía una amiga, afable, cariñosa y simpática.
Más cuando se enteró de esta circunstancia, sutilmente me dijo que lamentaba descubrir que yo buscara protagonismo…
Si la envidia fuera tiña…… generalmente no soy rápida para la réplica, pero en esa ocasión me asistió la musa. Le contesté que evidentemente no me conocía, porque todo lo que había hecho en mi vida era protagónico, por eso pretendía ser jueza, una profesión noble y destacada, no de bajo perfil.
Por otro lado le pregunté, ¿vos no querés tener protagonismo en tu vida, ó querés pasar absolutamente desapercibida? A lo que respondió rápidamente que no.
Zanjado el asunto, todo quedó claro, pero nada fue igual…
Nuestra lista ganó las elecciones, curiosamente mi amiga llegó tarde a la votación, por lo tanto no contamos con su aporte y… a partir de ese momento la distancia comenzó a separarnos. Creo que esa fue la primera vez que tomé conciencia de lo que mil veces me habían dicho acerca de la envidia y yo, sonreía incrédulamente.
Muchas otras oportunidades surgieron después, ya estaba alertada, observaba, escuchaba y lamentaba.
Por eso hoy reflexiono y digo, existe sí, es una pena, pero prefiero la segunda acepción del diccionario, y la recomiendo, ¡da mucho mejor resultado!