Sus casas se ven invadidas por las guerras entre delincuentes, un agujero de bala en una vieja heladera, otro en la pared, otro en el armario. No es el lejano oeste, no se trata de algún aguantadero de narcos, o la guarida de Al capone. Es el hogar de una madre donde vive con sus pequeños hijos en un barrio emergente del conurbano bonaerense, la villa Carlos Gardel.

A lo lejos se ven desgastados los viejos monoblog, construidos antaño, con el fin de desarraigar las villas miserias y darles a la gente una vida más digna. El viejo patio donde seguramente se hizo con la intención de que los niños y adolescentes pudieran jugar y crecer.

Hoy ese patio es el desarmadero de autos robados y el lugar donde se hacen emboscadas a la policía para atacarlos a balazos, es el lugar de enfrentamientos armados, entre los mismos delincuentes, es el lugar donde los niños a temprana edad le ven la cara a la muerte y donde se crían con un muerto en la vereda de tanto en tanto.

Ese es el estado de la justicia argentina, jueces y fiscales que amparan a los delincuentes alegando que han tenido una mala niñes y dejan en total desamparo a las madres y a sus niños que no saben cómo hacer para criar a sus pequeños hijos en medio de una violencia sin precedente.

Llama la atención la hipocresía de una justicia dormida e indiferente, que encuentra excusa a su ineficacia e ineptitud, alegando cuidar a esos jóvenes delincuentes porque necesitan contención, sin prestar verdadera atención a lo que realmente esta ocurriendo; madres que crían a sus hijos en medio de una lluvia de balas dentro de sus propias casas, niños que se crían en una sociedad donde están más cerca de la droga y la delincuencia, que del estudio y el trabajo honesto.

No se llamará esta situación: abandono de personas.