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El inicio del Festival Internacional de la Ciudad, es oportunidad para acudir a la nostalgia y transportarnos con la imaginación a esas grandes noches de tango de aquella época de antaño. Rememorar alguna de esas veladas en cualquier club de barrio de esa otrora Buenos Aires. Intentémoslo
Escondido entre los pliegues de Buenos Aires, el tango descansa esta noche su cuerpo en algún lugar del arrabal porteño. Son las nueve en todos los relojes, son las nueve en punto de la noche. Las luces iluminan de a poco. La gente se va acercando. Es noche de baile. De invitación y rechazo. De permiso y barrera. Están allí. Son esa raza de porteños identificados por el apego y el amor al tango. Que se rigen por ese mundo, padecen ese mundo y lo mantienen vivo. El salón esta rodeado de ventanas y las ventanas de las palabras del locutor. El hombre despliega su voz como un mapa. Detrás de él se esconde las orquesta de don Aníbal Troilo, los clubes de su Villegas natal y la lluvia arreciando sobre un techo de chapas…
Es “el Antonio Carrizo” como dicen las viejas del barrio; una persona sospechosa de alas.Hay una atmósfera solemne en la sala. El instante del rito va a comenzar. Hay caballeros que relojean a las mujeres con el aire de un carnero que observa la majada.
Ellas, a su vez, lo ven todo sin mirar. Por ahora se hacen las indiferentes. De pronto las grabaciones, el Tango: Osvaldo Pugliese, un seductor del piano. Y siguen Di Sarli, Sassone, De Angelis, D’Arienzo, Calo…
Un voluptuoso estremecimiento anima la tertulia. Es el momento de mantener la atención. De acaparar la mirada. De sentirse intenso.
El tango, se sabe, es una cosa seria. Pensamiento triste que se baila. Sentimiento que va de los pies a la cabeza. No hay un hombre que mande ni una mujer que acepta.
Macho y hembra construyen, en tres minutos, un universo absoluto, compartido y generador. Todo un edificio bello, canyegue y original.
Se llama Tango. Bailar Tango es acariciar algo que duerme. Por eso el silencio, por eso la ternura.
Así la mujer, así el hombre. Así el mundo. Desempozan juntos el tiempo del tango. Allí están, extendiéndose. Son solo un cuerpo verbal, hermoso de ver. Para el inicio, Carmencita Calderón y “El Cachafaz”. Se miran e interrumpen el mundo. Bailan adheridos a la entretela de su propia respiración. Y más. Tienen el Tango escrito en la frente, se lo lee antes de que hablen.
La imaginación nos abandona. La nostalgia nos invade. Pero hoy comienza el Festival Internacional de Tango y hay otra camada de tangueros que estaran dados a ser
Don Osvaldo y su orquesta se despacho con la triada: “Chique”, “La yumba” y “Desde el alma”. Trae olores de pasión, encanto y seducción… Todos presagian que su música no quedara tendida en el desván amarillento del olvido.
Todos danzan. Son incandescentes. Una acuarela donde los colores se esfuman ante tanto resplandor.
El Tango vive del amor, sin dudas. Es más: Canto y baile son el fiel reflejo de esa relación de amor. Los demás bailes no tienen la significación de pareja del Tango. El vals es una hamaca, pero el tango es caminar. Y esto lo saben todos los que están. Los que fueron de todos lados. De Belgrano, Liniers, Parque Patricios, Chacarita, Mataderos, Villa Crespo, Pompeya, Abasto, de donde las minas aun se llaman simplemente Maria…
Diez para la media noche. Alberto Moran, “El Flaco”, acaba de interpretar “Pasional”, todos los aplausos y suspiros están registrados a su nombre. Moran exhala tango por donde se lo mire. Canta el tango de par en par. El paso lento y firme en los versos y el paquete de humo en los bolsillos…
Concurrentes siguen danzando. La madrugada queda tendida sobre el lugar. Ellos continúan allí. La vida los va dejando atrás. Pero allí están. Dados a ser…
La imaginación nos abandona. La nostalgia nos invade. Ya no hay Pugliese, No hay Moran, No hay Carmencita y “El Cachafaz”, las minas ya no se llaman simplemente Maria, pero hoy comienza el Festival Internacional de Tango y hay otra camada de tangueros que estaran dados a ser.