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Los niños y los jóvenes de hoy están más a la intemperie que en el pasado
Hace algunas décadas atrás, aunque no tantas, los chicos nacían en una casa, rodeados de una familia nuclear que los aceptaba, recibía y se hacía cargo de su manutención, cuidado y educación. En otro círculo de mayor diámetro, aparecía la familia ampliada que también cumplía esa función en menor medida, respetando las últimas decisiones que estaban a cargo de los padres. También ejercían igual tarea los vecinos del barrio y las amistades de la familia, quienes cumplían un rol de control y supervisión sobre los menores.
Todas estas personas se encargaban de su tarea en cumplimiento de un mandato implícito, consistente en el cuidado de los menores de la familia y de los chicos hijos de sus vecinos del barrio. Asemejándose a círculos concéntricos que se autoimponían un rol protector, teniendo como centro al niño. Quien de esta manera se encontraba limitado, protegido y vigilado ante las posibles desviaciones que pudieran producirse en el curso de su vida mientras no fuera mayor de edad.
Es decir que la velocidad de crecimiento de los niños transcurría sin quemar etapas, con límites muy claros que las separaban, que entre otras cosas se expresaban en la vestimenta, absolutamente diferenciada de las de los adultos, sobre todo en el largo de los pantalones.
La sociedad no próxima, esa que hoy se expresa a través de los medios masivos de comunicación, prácticamente no existía y el peso de sus expresiones sobre las personas, estaba totalmente limitado, producto de su incipiente desarrollo.
La escuela iniciaba a los niños en el terreno de las obligaciones comportándose como un trabajo que había que realizar y que tenía exigencias concretas y etapas evaluatorias, que era necesario cumplir con éxito, para acceder a desempeñarse como alumno integrante de la matrícula en los años superiores. Acompañando y reforzando el acompañamiento de estas personas las funciones familiares de contención.
Hoy los niños se encuentran cada vez mucho más a la intemperie, quedando a merced de los actores de la sociedad que pretenden permanentemente transformarlos en clientes de los productos que ofrecen. Asociándolos gratuitamente, para que cumplan el rol de aliados reproductores de sus propagandas, presionando a sus padres y miembros mayores de la familia para que les compren los productos de sus deseos. Esos que el marketing les ha indicado como los más deseables. Para lo cual, atraviesan con sus medios propagandísticos todas las capas protectoras que existían en el pasado y que hoy ya no cumplen, por su debilidad, absolutamente ninguna función.
Los grupos de pertenencia que antes estaban aceptablemente controlados y supervisados por los adultos, hoy operan con total libertad, auxiliados por los medios de comunicación a su disposición, donde la telefonía móvil es la que los mantiene permanentemente en contacto, sin interponer filtros a su tránsito sin límites.
También se fomentan usos y costumbres que por no filtrarse convenientemente, terminan afectando a las personas más débiles. Haciéndolas saltar etapas, sin ninguna red de contención que las proteja de los enormes riesgos que las acechan. Como lo que está sucediendo con las costumbres y hábitos sexuales de las adolescentes permanentemente erotizadas por los medios, las que las impulsa a iniciarse sexualmente en forma temprana.
Esta intemperie impone un contacto brutal de los niños con un mundo adulto que solamente expresa su voluntad de usarlos y utilizarlos en su beneficio, sin ninguna voluntad de preservarlos. Quedando esa función de protección en la familia y en el Estado. Ambos con armas de mucho menor calibre que las usadas por las empresas cuando los hacen blanco de sus acciones propagandísticas y de su manipulación marketinera.
Eugenio García
http://gerenioblog.blogspot.com