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Un agente de movilidad urbana, perfil similar al de un guardia urbano carente de pólvora, hace el paso de ronda entre los coches. Ojo avizor, un vehículo de marca de lujo ha osado detenerse en la mencionada zona de carga y descarga
Un coche aparca; zona de carga y descarga. La luz de la mañana difumina las aceras y a sus anónimos transeúntes; caminantes contra el este, el viento y la marea. El vaho escapa. Hombres y mujeres parecen huir para acabar enmarañados en sus quehaceres rutinarios. Un agente de movilidad urbana, perfil similar al de un guardia urbano carente de pólvora, hace el paso de ronda entre los coches. Ojo avizor, un vehículo de marca de lujo ha osado detenerse en la mencionada zona de carga y descarga. El guardia desenfunda, desplaza la primera hoja de su libreta, se aproxima inquieto, ansioso, ha de llegar hasta el lugar de los hechos. ¿Quién se atrevió a ocupar con su tremendo carro ese vetado muelle amarillo de ciudad? Si se tratara de un coche familiar, si una ancianita hubiera descendido, si una mujer embarazada se hubiera apeado de su humilde cacharro... otro gallo habría cantado, piensa el agente. ¡No fue así! ¡Y la plantó! La multa se mecía sobre el imponente parabrisas. ¡Este tiene pasta! ¡Qué se joda! ¡Que pague! ¡No haber infringido las normas!
Aquel representante de la autoridad se alejó orgulloso tras “cumplir” con su deber. Pero nos dejó atrapados en la duda de “el si hubiera”... Porque en otras ocasiones, y como ya se ha insinuado, dependiendo de la marca del hierro con ruedas, o de la apariencia de su dueño, no habría empapelado al incauto ciudadano. Hubiera tomado precauciones. ¿Cómo se denomina esto? ¡Justicia social! Y así lo venden. Se sienten satisfechos. Los progres utilizan la ley para imponer su justicia, la que sólo ellos consideran como tal; para unos sí, para otros no. ¡Malditos perros!, argumentan. ¡He aquí el equilibrio de todo buen socialista! ¡El conductor de aquel carro parecía adinerado!, ¡por tanto era un villano digno de castigo!
Y de aquí radica la diferencia de actitud entre los liberales y los socialistas. Mientras los primeros practican la ley para hacer justicia, los segundos se sirven de la justicia para imponer su ley
Al instante, se acercó el desdichado conductor. Cien euritos le costaría la broma. ¡Pero bueno! Si sólo habían transcurrido cinco minutos; los mismos que pasaban desde las nueve, hora de comienzo del maldito vado municipal. El chófer subió al coche. Indignado, recapacitó para encontrar la forma de justificar su metedura de pata. ¡Qué le digo ahora al señor! ¡Se me va a caer el pelo! ¡Me va a tocar pagar la multa una vez más! Y así fue. El desdichado hombre arrancó el motor, conectó el intermitente y se marchó conduciendo el “buga” de su jefe; labor que ejercía a cambio de mil euros de sueldo al mes desde hacía algunos años. Diez horas de jornada. Una familia. Tres niños que alimentar. Una mujer en paro. ¡Menuda justicia social de tiro por la culata! Pagó la multa el miserable por infringir dos normas. La primera, la que prohibía estacionar a partir de las nueve de la mañana, salvo que se tratase de un vehículo autorizado para carga y descarga. La segunda, la de aparentar ser un acaudalado hombre de negocios. ¡Osó ponerse a tiro de los prejuicios de un desconocido!
Y de aquí radica la diferencia de actitud entre los liberales y los socialistas. Mientras los primeros practican la ley para hacer justicia, los segundos se sirven de la justicia para imponer su ley. ¿Quiénes son las víctimas? Y no pretendo con mis palabras inspirarles lástima alguna por aquel infractor. Es posible que el agente actuara de modo inflexible, pero se ciñó escrupulosamente a las ordenanzas municipales que había jurado cumplir. Mas la duda está en si habría obrado igual al tratarse de un viejo coche convencional del cual hubiera descendido una embarazada o un hombre desaliñado o un padre de familia o una anciana de cabellos grises. ¿Dónde estarían los límites de su subjetividad? Cuando la ley no se aplica de igual modo para todos, la justicia discrimina. ¡Discriminación judicial positiva! Así lo han bautizado. Sin embargo, yo no encuentro nada positivo en la discriminación, más bien se vislumbra algo tan siniestro como la consideración humana o no nuestras vidas en función de leyes de plazos fraguadas para imponer una fraudulenta igualdad de canallas. ¿Quién marca las pautas?, ¿el dinero?, ¿el poder?, ¿el privilegio de unos cuantos? Llenas están de injusticias las aceras. Plenas están de calumnias las losas del hemiciclo. Quien acepta estos hechos, no entiende de libertad. Y el infeliz del guardia se marchó a su casa tan satisfecho...
Paco Bono
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