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La capacidad de expresar los propios sentimientos constituye una habilidad social fundamental para la convivencia de nuestra especie
No es frecuente que las personas formulemos verbalmente nuestras emociones, con lo que éstas, en consecuencia, suelen brotarnos a través de otros cauces, muchas veces de manera poco afortunada.
Somos así, la conciencia de uno mismo y del grupo al que se pertenece, es a la vez la causa y el derecho sobre el que se erige la desconfianza, el escrúpulo y el miedo por encima de la empatía o el respeto. Por lo que cuanto más cerrados nos hallemos a nuestras propias emociones y mayor razón prestemos al precepto del grupo, menor será nuestra destreza en la comprensión de la realidad de la sociedad en que vivimos. Y más profundas las tribulaciones de nuestro remordimiento.
Confundidos generalmente acerca de nuestros propios sentimientos, bien por la velocidad de los acontecimientos que nos rodean o la contundencia feroz de la turbamulta que nos envuelve, somos incapaces de percibir la fatalidad de nuestros actos. Y convertimos un acontecimiento deportivo, en principio lúdico y placentero, en un combate atroz e inhumano.
Tal vez seamos propensos, por naturaleza, a desbordamientos emocionales con demasiada facilidad. Y una vez que esto tiene lugar, el menor signo de negatividad a nuestro alrededor desencadena el drama. Y esta puede ser la razón de tanta barbarie y sin sentido en el fútbol; violencia, intolerancia, agresividad.
Imágenes como la de ayer en Sevilla con hinchas de los dos equipos (Sevilla - Sigma Olomouc) golpeándose, no debería ser el reflejo de lo que evidencia ser humano
En un sentido positivo, canalizar las emociones hacia un fin más productivo, como animar a nuestro equipo con orgullo, respeto y tolerancia hacia el rival, constituiría una verdadera aptitud maestra. Bien sea controlando los impulsos, demostrando gratitud, regulando nuestros estados de ánimo, motivándonos a nosotros mismos a perseverar y hacer frente a los contratiempos o encontrando formas de entrar en un flujo auténtico de cordura y realidad. Porque imágenes como la de ayer en Sevilla con hinchas de los dos equipos (Sevilla - Sigma Olomouc) golpeándose con sillas, porras, ladrillos y todo lo que encontraron, no debería ser el reflejo de lo que evidencia ser humano, sino la excepción a una regla mucho más amable, pura y gratificante.
Ser cabal y proporcionado, tal vez, sea un acto más propio del animal al que llamamos irracional; una fase de la inocencia que el hombre hace mucho dejó atrás.
Se presupone, que como seres humanos, deberíamos estar en un nivel más avanzado, pudiendo percibir el malestar más allá de cualquier situación inmediata y comprender que determinadas posturas vitales pueden llegar a establecer una especie de sufrimiento crónico.
El fútbol es un deporte que debería unir la suerte de un colectivo, como aficionados, más allá de la defensa a ultranza de los colores, en el gozo y el esparcimiento de ser espectadores de un juego que apasiona, y que une aficiones.