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En estos día de reinas y coronas, y mientras en el mundo reina el coronavirus. Donde se escucha de todo por todos lados y, una cosa contradice a la otra sin saber el rumbo que marcará el destino de la humanidad
Sin embargo en ese reino de contradicciones, de dichos y contra dichos. Existe una que es la peor de todas las contrariedades. El tema del derecho de la mujer, las feministas y el pañuelo verde o celeste. Seguramente el gobierno actual ha cosechado una muy buena cantidad de votos del lado de las mujeres que en cierto momento se sintieron respaldadas por el modelo kirchnerista para las justas pretensiones de cierto sector de las mujeres. Lo cual abarca un gran abanico de los derechos de la mujer discutibles o no.
Sin embargo, todo el folclore político y el uso de los simbolismos como ser el pañuelo verde o celeste. Fotos con referentes de la juventud feminista y cargos para la mujer en lugares estratégicos de la política. Todo eso se derrumba de un solo plumazo, dejando al descubierto el absoluto desinterés que hay de parte del poder gobernante, tanto en lo político como en lo judicial, en cuanto a los derechos de la mujer.
Y eso se puede ver en una sola medida que recibe el plumazo y el sello lacrado del poder en ejercicio.
Medida que hecha por tierra todo lo que se construyó hasta el momento en cuanto a los derechos de la mujer en la república Argentina.
Se trata precisamente de la liberación de nada más y nada menos que de 176 violadores de las cárceles argentinas. ¿Que sucede cuando un derecho se superpone por encima del otro? Los derechos humanos DDHH solo ven una cara de un poliedro complejo como lo es la vida humana.
Si bien ese número representa un violador por cada doscientos veintisiete mil habitantes aproximadamente. Teniendo en cuenta que somos cuarenta millones en todo el país. La idea no representa tanto en número, sino en hecho. ¿Porque justo ahora dejar en libertad a los violadores sin que hayan cumplido la condena? ¿Porque los violadores, habiendo tantos ladrones de gallinas, según esos políticos defensores de delincuentes. Para ellos todos son ladrones de gallina aunque la sangre de sus víctimas llegue hasta la puerta de tribunales.
Y eso que en esta nota no se mencionan a los niños y menores abusados; porque ahí si que entramos en un problema mucho mayor.
Carlos Polleé