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El ser humano se viste de azul con el uniforme de marinero terrícola, aunque antes ejerce un tiempo de grumete mientras aprende y espabila, e inicia una desconocida travesía permanente, navegando en el océano de la existencia, envuelto en pequeñas historias inventadas, reales o mezcladas, eso da igual, unas veces avanzando sin obstáculos, ejerciendo de huésped privilegiado de una segura embarcación, tranquilo y abrazado a un mar en calma y protegido por el calor bondadoso de un amigable sol.
Y otras, cuando el barco se hunde, lanzándose al agua (antes lo hicieron las ratas, que siempre son las primeras que huyen), nadando con brazada infatigable en medio de la despiadada tormenta y vapuleado por olas poderosas y agitadas, hasta que la luz del nuevo día, vuelve a poner las cosas en su sitio, y siempre con la esperanza de que a partir de los restos del naufragio, se pueda construir una nueva embarcación, aunque el objetivo final siempre será llegar a puerto, el que sea, pero sano y salvo, o por lo menos, sin daños irreparables.