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La mayoría de los mamíferos tienen un comportamiento nocturno o crepuscular, por eso los encuentros con ellos son menos frecuentes que con las aves, que suelen ser diurnas. Ese también es uno de los motivos por los que los aficionados a las aves son muchos mas que que los aficionados a los mamíferos o anfibios, por ejemplo.
Casi todas las "observaciones" de mamíferos suelen ser indirectas. Solemos ver sus huellas, sus excrementos, sus rastros en el barro o la nieve, o sus madrigueras y tristemente, muchas veces nos los encontramos atropellados en las carreteras. Uno de estos mamíferos de comportamiento casi exclusivamente nocturno es el tejón ( Meles meles ) o Melandru, como lo llamamos en Asturias. Sabemos que anda por ahí porque encontramos sus huellas y sus madrigueras, pero casi nunca lo vemos, salvó alguna aparición fugaz por la noche. Pero la semana pasada, cuando daba una vuelta por Babia con mi amigo Héctor Ruiz, sobre las 5 de la tarde, a la luz del atardecer y a escasos metros de la carretera apareció uno.
Paramos el coche a un lado y nos quedamos mirando para él, que seguía a lo suyo sin inmutarse por nuestra presencia. Estaba muy ocupado escarbando con las patas y el hocico y levantando piedras en busca de lombrices, que parecía encontrar con gran facilidad.
Los tejones son muy activos al inicio de la primavera, después del invierno, lo que podría explicar estas apariciones diurnas, que son relativamente frecuentes en esta época del año. Después de los días fríos y las nevadas de las últimas semanas, seguramente lo tuvo bastante difícil para encontrar comida y por eso ahora, cuando la nieve ya se ha empezado a retirar, tenía la oportunidad de buscar comida sin descanso para saciar el hambre atrasada.
Una de las características de los tejones es que tienen muy mala vista y prácticamente no ven nada de lo que tienen a pocos metros de distancia, así que aprovechándonos de su miopía solo tuvimos que colocarnos a unos metros de él, a favor del viento para que no nos oliera y esperar a que siguiendo su camino se acercara a nosotros.
Y se acercó tanto que tuvimos que retroceder nosotros, porque no parecía dispuesto a cambiar su camino y dejar de buscar lombrices, hasta que finalmente, después de un buen rato de observación nos levantamos del suelo para marcharnos. Fue entonces cuando levantó la cabeza, miró a un lado y a otro y sin saber muy bien lo que pasaba se dio la vuelta y se alejó.
Es evidente que en la naturaleza nada se puede dar por sentando, y en el momento más inesperado puede saltar la sorpresa, encontrarte de frente con un animal como este y que además te permita disfrutarlo a placer. Sobre todo después de que las últimas veces que lo he visto ha sido en el arcén de la carretera recién atropellado.
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