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Siempre habrá un relato para contar
Las pesadillas no cesaban, y lo peor de todo es que no podía despertar. Primero fue mi madre, la tenía enfrente de mí, cargando ella misma su cabeza decapitada en una mano y en la otra, tenía un cuchillo; me quería matar.
Después todo cambió, una jauría de hombres lobos me perseguían por un pasillo blanco, sin fin y no tenía dónde esconderme… Después comenzó otra: niños sin vida, putrefactos, con ojos negros que me pedían que jugara con ellos. Y llegaron los muertos, cristos con rostros de niñas crucificadas de cabeza. No podía más, las pesadillas eran horrendas; quería gritar, pedir ayuda y que alguien me sacara del sueño, pero no podía moverme. “Parálisis del sueño, sí, eso tiene que ser”, me dije mientras observaba a una mujer embarazada clavándose un puñal en su vientre.
—Steve, ¿me escuchas? —Dijo una voz desconocida, dándome al principio un poco de alivio.
—Sí, te escucho, ¿Quién eres? — pregunté intrigado, y es que no tenía idea de dónde provenía esa voz. Quise hacer otra pregunta, pero no me dio tiempo, la peor pesadilla estaba por llegar cuando me dijo:
—Yo sé que me escuchas Steve, ¿sabes dónde estás? En un profundo coma dentro de un hospital, y dudo mucho que despiertes de él, y si lo haces, yo me encargaré de que despiertes loco… Mi nombre es Nora, soy tu enfermera en cuidados intensivos. Pero ya no me enrollo más, mejor, deja que te siga leyendo historias de terror; tengo cientos para contarte.
© Cuauhtémoc Ponce.
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