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El olor del miedo. Penales de máxima seguridad. Los olvidados de la tierra
La primera vez que tuve frente a mí a un detenido, era una joven entusiasta, que orgullosamente me desempeñaba en el cargo más bajo del escalafón judicial.
Ya había pasado largo rato del cierre de la dependencia, por lo que estaba tomando un tentempié para continuar con mi tarea fuera del horario reglamentario.
El sólo hecho de ver a un hombre, con sus manos esposadas detrás de su espalda bastó, para que se me atragantara el refrigerio y me embargara una angustia inexplicable...
Los años pasaron y, gracias a Dios, nunca dejé de tener esa sensibilidad frente a los presos. No se me hizo el callo. Y agradezco por ello.
Recorrí casi todas las cárceles federales del país, y cuando digo recorrí, en ello implico que las escrute hasta las entrañas.
Desde aparecerme en un penal a las once de la noche, hasta entrar en otros a las nueve de la mañana y retirarme a las veinticuatro de ese día, para volver al siguiente a realizar la misma rutina.
El sistema es perverso, en las cárceles, todos están presos, los que delinquieron y los que los custodian. Y se tienen miedo.
En los penales de máxima seguridad, se supone que están alojados aquellos que cometieron los delitos más graves, los más peligrosos, pero, la realidad es otra.
El sistema es perverso, en las cárceles, todos están presos, los que delinquieron y los que los custodian. Y se tienen miedo
Están los peligrosos, pero también cohabitan otros que no lo son, que entonces sufren y padecen doblemente el miedo, a los guardias y a sus compañeros de encierro.
Todas las unidades de máxima están superpobladas y en mucho. No hay colchones suficientes, no hay espacio.
Se los ubica por pabellones, previo a establecer ciertas categorías, generalmente vinculadas al comportamiento.
Pero, para estar en un pabellón más o menos tranquilo, hay que tener ‘ CONDUCTA’ , y para ganar puntos en conducta, hay que estudiar, trabajar, hacer terapia... pero como hay sobrepoblación no hay cupos para ninguna actividad que permita obtener puntos, por lo tanto el circuito es kafkiano.
No se puede hacer ninguna actividad, porque no hay cupo, por lo tanto no se pueden hacer puntos, por lo tanto no se califica, por lo tanto no apunta para cambiar de pabellón, y tampoco para las salidas transitorias, ni tampoco para la las salidas extraordinarias, o sea, a fuer de ser redundante, ‘ perversidad sistemática pura’ .
Horas y horas, que suman días, semanas, meses, sin tener nada que hacer, sólo pensar, penar y rezar para no ser acuchillado en la noche.
Dice la Constitución de la Nación Argentina:
‘ ...Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.’ -art.18-.
Todas las unidades de máxima están superpobladas y en mucho. No hay colchones suficientes, no hay espacio
Aún hoy, si subo a un ascensor en los Tribunales, puedo detectar sin lugar a dudas, si han trasladado antes a un preso, porque queda impregnado el olor a miedo...
Eso, ¿no es castigo?