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"Los Sabores del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana." Una veterana de la Revolución Mexicana transmite su receta secreta para la elaboración de un tradicional pozole
Las mayoras de mi Coronela
Por Arqlgo. Ricardo Rincón Huarota
Hace ya algunos lustros, cada 20 de noviembre era invitado por Doña Chayito, una nonagenaria veterana de la Revolución Mexicana, a celebrar en su casa el aniversario del movimiento armado de 1910.
La lúcida anciana convocaba a una serie de personas interesadas en esa fase histórica a degustar algún platillo típico mexicano y la última vez que vimos a la también experimentada cocinera nos preparó un pozole.
La cita fue desde temprano porque quería transmitirnos de manera práctica su receta personal del tradicional platillo. La acompañaban cuatro de sus bisnietas adolescentes quienes, con actitud de desgano, la asistirían en los menesteres culinarios.
Hizo pasar al grupo a su amplia cocina que tenía, además de un aire antiguo, una gran mesa rectangular al centro. Doña Chayito se sentó en una de las cabeceras, mientras las apáticas jóvenes seguían sus instrucciones.
Al ver la abulia de las muchachas les dijo con voz imperativa: “ya quiten esas caras; cuando yo ya no esté, van a agradecer que les haya enseñado mis secretos de cocina”.
Se dirigió a nosotros y comentó “disculpen, pero ojalá a estas escuinclas indolentes les pasara lo que a mí me tocó vivir, cuando allá en los tiempos de la Revolución, la gente carecía de todo y mucho más las mujeres”
“A la edad de estas chamacas, yo ya andaba en la bola con mi general Villa, quien por mis méritos militares me otorgó el grado de Coronela, el rango más alto reconocido a las mujeres que combatíamos. Tuve bajo mis órdenes a 600 hombres y pasé grandes peligros que por poco me cuestan la vida, como cuando me iban a fusilar los federales”
Desde su asiento y con los ojos atentos a sus ayudantes, Doña Chayito interrumpió su comentario para lanzar una auténtica metralla de órdenes:
“A ver, tú niña, ya apaga la lumbre de la cazuela y saca el grano que ya debe estar tierno; cuando se enfríe, lávalo bien para que no le queden residuos de cal; ustedes dos lo van a descabezar y a dejar sin piel; pero les advierto que si el grano no va completamente limpio, al hervirse se reventará con el pellejo y el caldo quedará turbio y espeso; y tú muchacha, ve desvenando el chile ancho y el guajillo, mételos a cocer en agua y cuando estén blanditos, muélelos con ocho dientes de ajo, una cucharadita de orégano y otra de sal.”
"Tuve bajo mis órdenes a 600 hombres y pasé grandes peligros que por poco me cuestan la vida, como cuando me iban a fusilar los federales”
Continuó: “Si señores, perdón por la interrupción, en aquella época las mujeres nos sacrificamos a lo grande. Tuvimos que seguir a nuestros hombres por todo el país ya que si nos quedábamos solas en los pueblos o en las ciudades corríamos el riesgo de ser violadas o secuestradas por gavillas de bandoleros o por grupos de revolucionarios.
Lejos de lo que se cree, no sólo fuimos las cocineras y lavanderas de los combatientes. También le entramos a la Revolución como soldaderas, propagandistas, espías, correos, periodistas y hasta transportábamos armas y municiones debajo de las enaguas.”
Cual directora de orquesta, Doña Chayito conducía la elaboración del potaje y al mismo tiempo relataba su historia. Las niñas escuchaban atentas la crónica de la bisabuela por lo que ésta, dando unos golpes en la mesa con la mano extendida, les ordenó:
“No se me distraigan y síganle con lo que están haciendo; una que ya vaya poniendo la olla grande con agua a hervir y las demás ténganme listos el maíz ya limpio, la cabeza de puerco, el caldo donde se coció la carne, el molido de chile ya sazonado y la cebolla. Y minutos antes de servir el pozole, me ponen en tazones orégano, limones, rábanos, cebolla picada, chile piquín, tostadas, crema, aguacate y chicharrón”.
Transcurrió el tiempo escuchando las remembranzas de Doña Chayito entre cerveza, vino tinto y aromas de cocina.
En la mesa del comedor, la Coronela ocupó de nueva cuenta una de las cabeceras desde donde observaba con gusto a los comensales cómo saboreábamos el apetitoso platillo. Sus jóvenes ayudantes eran también las encargadas de traer los platos servidos desde la cocina bajo la mirada escrutadora de la anciana.
Los hijos, nietos y bisnietos que habían llegado se deshacían en elogios hacia la matriarca de la familia. Un nieto no dejaba de repetir bocatto di cardenale; otro comentó: ¡abuelita, como siempre te luciste, ya me imagino el tiempo y el trabajo que te habrás llevado en prepararlo!
Doña Chayito se dejaba querer escuchando en silencio y sonrojada el alud de halagos. Únicamente abrió la boca, viendo de reojo la mirada atónita de sus agotadas bisnietas, para decir con voz candorosa a los satisfechos convidados ¿verdad que sí me quedó bien rico el pozolito, mis amores?
"En la bola las mujeres tuvimos que seguir a nuestros hombres por todo el país por el temor de ser violadas o secuestradas por bandoleros o por revolucionarios. "