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Desde que se aprobó en 1978 la Constitución, han desfilado por el Palacio de La Moncloa un total de siete presidentes del Gobierno. Pero, ¿cuál de ellos ha sido el más valorado a lo largo de su legislatura por los españoles?
Qué difícil sería establecer un ranking para saber cuál de ellos ha sido el peor presidente de España. La verdad es que con José Luis Rodríguez Zapatero parecía que ya lo habíamos visto todo, pero como decía mi abuela, “otro vendrá que bueno me hará”. La verdad es que en España es habitual que un mal presidente sea sustituido por otro peor. Hoy, seguro que muchos pensamos que con Pedro Sánchez se ha conseguido una marca difícil de superar.
Lo hilarante es que nuestros políticos se atreven a pedirnos a nosotros, a los ciudadanos, paciencia y altura de miras, cuando ellos son una farsa y unos manipuladores de la realidad. No muestran el más mínimo interés por el bien general del pueblo. Sólo les interesa sacar rédito político y partidista a todo aquello que realizan. Aunque sea sustrayendo ideas, proyectos y programas a otras formaciones, tal vez más ingenuas o comprometidas.
Este espécimen de escaso intelecto que es Sánchez es incapaz de darse cuenta de que con la derecha no se puede negociar y mucho menos confiar en cuanto a políticas sociales. Pero, acaso él sea ya parte de esa nueva derecha. Parece que España se ha vuelto loca, el independentismo ha levantado ampollas, y ha resucitado fantasmas que parecían muertos y enterrados como la momia de Franco, hoy más viva que nunca. Todos emprenden rumbo a la diestra, tal vez por que es más fácil decir aquello de que la izquierda es siniestra, valga este juego de palabras, para definir lo que está sucediendo. En cualquier caso, está claro que en España el independentismo marca la agenda política del país.
Sánchez, viene ahora, con la idiotez de que es muy difícil gobernar con las minorías. Se agarra a que los números no dan, pero quiere abordar la legislatura en solitario. Sumar, desde luego no es su fuerte si cree que 123 diputados socialistas son más fuertes que 165 cuando 42 son de Unidas Podemos. La verdad es que semejante imbecilidad sólo puede provenir de un exiguo talento intelectual de tomo y lomo como él. Pero, por favor, no se necesita ser un erudito de renombre internacional para entender que es mucho más difícil gobernar contra el mandato de un pueblo, porque eso se paga.
Jamás se mira por el interés común, más bien se nos impone a la fuerza la visión de determinados colectivos, que ni de lejos son el sentir mayoritario de todos nosotros. No se trata de números, ni de marcas, ni de cordones sanitarios, ni de la negación obcecada de un mermado psíquico, se trata de conformar el nuevo modelo de sociedad donde la mayoría no puede dejarse someter por minorías con una visión diferente de las cosas al resto.
Pedro Sánchez y el gobierno que pretende formar, son parte de esas políticas de ingeniería capitalista cuya primera premisa es la tensión permanente y el enfrentamiento ilimitado. Y así no se hacen las cosas desde la socialdemocracia verdadera. No obstante, mucho mejor es ser un imbécil que el capo de un partido de delincuentes, como fue el caso de mariano Rajoy.
Jamás se mira por el interés común, más bien se nos impone a la fuerza la visión de determinados colectivos
Pero vayamos por partes, el 15 de junio de 1977, por primera vez en España desde 1936, se celebraron elecciones generales libres, Adolfo Suárez se proclamó vencedor al frente del partido de coalición Unión de Centro Democrático (UCD). Las Cortes resultantes de aquellas elecciones, convertidas en constituyentes, aprobaron la Constitución, que el pueblo español refrendaba el 6 de diciembre de 1978. Esto dejaba el régimen franquista atrás. La verdad es que poco malo se puede decir de Suárez, supo rodearse de políticos con ideas democráticas y lento pero seguro logró llevar a cabo el Proyecto de Reforma Política con el que logró ir modificando la legislación vigente en España. Uno de los puntos más llamativos de esta Reforma fue la legalización de los partidos de izquierdas, el socialista y el comunista, esto hizo que se ganara muchos enemigos, pero a su vez también muchos amigos.
De Leopoldo Calvo Sotelo sólo se puede decir que ha pasado a la historia como el presidente del Gobierno que asumió el poder tras la derrota de la intentona golpista del 23-F y que firmó el ingreso de España en la OTAN como miembro de pleno derecho. Marcó el puente entre la etapa de Adolfo Suárez con la decadencia de la UCD y la era de Felipe González con el auge del socialismo. Sólo estuvo 21 meses al frente del Ejecutivo, pero su mandato fue algo más que una mera transición, contribuyó a asentar los cimientos de la democracia. De Felipe González habría que empezar diciendo que fue un burgués que nos embaucó a todos diciendo que era socialista. En 1982, el PSOE, sin un modelo real capaz de garantizar la democracia o unas mínimas condiciones de vida, se limitó a ofrecer al pueblo español un proyecto de gobierno que asumía las esperanzas de la mayoría. Es decir, la lucha contra el desempleo, la mejora de la productividad, la modernización del país o la elevación de los niveles tecnológicos. Eso que hoy ellos mismos denominan populismo, fue uno de los partidos más firmes en reformas sociales extremas, el partido socialista más radical de la Europa occidental, sin embargo, en poco más de un lustro, pasó a ser el más moderado. El cómo y el porqué de este proceso de giro al centro o al liberalismo sólo pudo ser obra de este ceporro burgués, hoy alcahueta y maestresala del IBEX35.
Y en eso estábamos cuando llegó a la palestra política el botarate de la fotografía de las Azores, José maría Aznar. Hoy, hay muy pocas dudas sobre que Aznar es uno de los mayores idiotas de nuestra historia reciente. Y si quedaba alguna, sus memorias han corroborado su talento natural para decir burramias sin despeinarse. Cuando la providencia divina le colocó en las islas Azores, con George Bush, él se situó a su izquierda, pensando tal vez que era el lugar más adecuado. Pero la verdad fue que, la fotografía no destacaba su importancia, sino su triste insignificancia. Un monigote feo y bigotudo que con su grotesca estampa evocaba más a uno de aquellos pobres habitantes de Villar del Río, preparando la bienvenida a Mr. Marshall, que a un presidente de nación. Pero tampoco vale la pena esforzarnos más en recordar su andadura por Moncloa, casi mejor disfrutar de un “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”, que diría su no menos deficiente mujer Ana Botella. Decía Paul Tabori que, “la estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia”.
¿Y si hablamos un rato de Zapatero? Este hombre no es tonto, a lo peor un inspirado merluzo. ¿Quién no recuerda aquello de que no sabía ni cuánto costaba un café en el bar de la esquina? Pero tonto no, por eso eligió a los que sí lo eran para ocupar los cargos públicos, empleados subalternos, encargados de no hacerle sombra. Pero repito, tonto, tonto, de los que llevan un cucurucho de periódico en la cabeza no. Y si no, pensemos en cómo aseguró su futuro reformando la Ley del Consejo de Estado, para que los expresidentes pudieran ser miembros vitalicios de ese Consejo sólo con pedirlo, y con un sueldo totalmente compatible con la pensión vitalicia del 80% de lo que cobre en todo momento quien ostente la Presidencia del Gobierno de España. Tonto, no.
De Mariano Rajoy muchos han querido decir que era igual que Marianico el Corto, frases como, "Es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde", han sido su tarjeta de presentación en demasiadas ocasiones. Pero, ¿no parece esto más bien una táctica? Esta estrategia es tan antigua como extendida, desde Tiberio Claudio César Augusto Germánico, sí, ese cojo y tartamudo, muchos han sido los que han tratado de hacerse pasar por idiotas. Y la verdad, es muy difícil desmontar esta treta. Las técnicas para parecer un perfecto imbécil han llegado a tal nivel de excelencia, que en ocasiones los propios farsantes acaban autoconvenciéndose de que lo son en verdad. Este no es un papel que pueda improvisarse de un día para otro, requiere años de estudio y práctica y sobre todo de una elaborada puesta en escena. Tal vez pueda parecer sencillo eso de hacerse el idiota, pero prueben ustedes a decir: "Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político". Pero, si algo ha caracterizado a Mariano Rajoy como personaje político es su “a mí que me importa” esgrimido de una forma tan natural, ingenua y poco impostada que le ha hecho pétreo. Rajoy es un resistente nato, nada le inmuta. Es un tipo al que le encanta estar jugando al dominó en un casino de pueblo, caminando a las siete de la mañana con esa manera tan peculiar de hacerlo o darle una colleja a su hijo cuando se pasa de rosca en un programa en directo en la radio; es un tipo que puede hablarle a un búlgaro de las afinidades que tiene con su presidente para acto seguido decir, “en Holanda, bien”.
Está claro que existe una diferencia insalvable entre el intelectual y el político, y esta puede expresarse como la distancia que hay entre un bocado exquisito que entra por la boca, y su proceso ya digerido expulsado por el culo. Qué raro resulta, aunque existen casos, porque hay que confirmar la regla, y pese a ser una especie muy rara, que algún político no solo lea, sino que entienda lo que lee y también piense y analice lo leído. Los demás, el pueblo, sólo somos meros espectadores, pensamos, escribimos, nos preocupamos por los asuntos políticos, y padecemos decisiones incomprensibles y absurdas de nuestros dirigentes, pero jamás llegaremos a intervenir en la política de manera directa, y mucho menos cambiarla.