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Vivimos tiempos complejos, pero esa misma complejidad impide que asuntos reales y necesarios puedan ser entendidos en su profundidad por la ciudadanía, y para eso deberían servir los políticos, para simplificar la vida en sociedad
La comunicación entre los políticos y su pueblo debería estar basada en la confianza y en la veracidad. Porque si el interlocutor, el líder de un partido es un mentiroso, algo falla.
Solo hemos de fijarnos en que todos ellos cuando comienza la campaña, e incluso antes ya, en precampaña, se acusan de mentir antes que de hablar de lo propio, es más rentable desprestigiar al adversario que exponer sus mensajes.
Es más fácil usar la mentira. Datos falsos, tergiversaciones de la realidad, que nos muestran una España terrible. Nuestros políticos mienten sin pudor alguno, y unos mucho más que otros. Es verdad que cualquiera puede confundirse accidentalmente a la hora de ofrecer datos argumentales. Son humanos. Pero hay veces en que esas mentiras vienen preparadas de antemano, y eso es jugar sucio. Porque un candidato a la presidencia del Gobierno debería ser serio y cuidar su credibilidad, y por supuesto no intentar manipular a una ciudadanía ya muy cansada de su clase política, porque con eso lo que consiguen es hastiar más al pueblo.
Lo malo es que esa falsedad, ese fango político, favorece a esos partidos que pescan votos en la ignorancia y en el miedo de ciudadanos poco informados o prestos a creerse esas falacias. Nuestro sistema, si de verdad fuera transparente y democrático, no debería permitir que la mentira se acomode y campe en el discurso político. Pero estamos tan acostumbrados a la purulencia y la inmoralidad intelectual de estos dirigentes de pacotilla, que su discurso plagado de engaños e invenciones ridículas ya ni nos extraña.
Si recordamos, por ejemplo, el último debate televisivo, observaremos que Pedro Sánchez dijo muchas medias verdades y ciertas afirmaciones muy discutibles. Es decir, mintió. Pablo Iglesias por su parte demostró ser muy diferente a sus adversarios, ninguna mentira en su discurso.
Nos movamos por ideas de iguales, o cuando menos, de similares
Como siempre el papel de la derecha fue el de enredar el debate con invenciones, calumnias y falsedades, engaños y malas artes. Pero esto no es nuevo, parece que al final el miedo es lo que mejor se instala en la mente colectiva y eso lo saben hacer muy bien Rivera y Casado. Veremos en esta nueva campaña con Abascal en escena. Es de esperar que el tema central sea la unidad de España y el terror a otra guerra. En fin, cosas de políticos. Que nada o poco tienen que ver con la verdad de una sociedad que necesita creer.
Un ejemplo, cuando Quim Torra, según Rivera, dice que "España no es una democracia", lo que textualmente decía, y está en papel, es que "la democracia española se está alejando de los estándares de las democracias consolidadas europeas", mientras consideraba que "es urgente profundizar en los valores y, sobre todo, las prácticas democráticas". Esto es tergiversar la verdad, y hacer que España se divida realmente. Y, ¿con un fin puro y fiel de unidad? No. Solamente con fines electoralistas.
Y ahora me da igual que alguno vea aquí una acusación a la derecha de ser la culpable de intentar construir una sociedad crispada, es mi teoría personal de la realidad, porque esta lógica no permite la deliberación libre y el debate abierto con el distinto, sino que favorece dinámicas centrípetas, lo que produce enconamiento y polarización.
Las consecuencias las pagamos todos los españoles, una sociedad cada vez más fragmentada, con posiciones progresivamente más cerradas y el nacimiento de un odio entre nosotros mismos, y sin ningún interés por escuchar a la otra parte.