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Federico Herrero y un concepto: escribir -el actor- o -la actriz- es como decir -el hombre- o -la mujer-, el contorno de una silueta genérica que se traza solo para ser llenada
Federico Herrero y Nicolás Francisco Herrero, dictaron en la Universidad Nacional de Filosofía y Letras de ciudad de Buenos Aires, en el año 2012, una conferencia, tema: -Vanguardia en la el arte del actor-.
Las constancias de las actividades, están registradas y aprobadas por las instituciones vinculadas al espectáculo y arte dramático en orden internacional y en Argentina.
A continuación contenidos de la conferencia, desde mi punto de vista.
Federico Herrero y un concepto: escribir -el actor- o -la actriz- es como decir -el hombre- o -la mujer-, el contorno de una silueta genérica que se traza solo para ser llenada.
Una alucinación verbal de totalidad, un tranquilizante para tantas diferencias inseguras.
En lo que sigue me referiré al actor como genérico, pero solo por costumbre y no por discriminarla presencia femenina.
Nicolás Francisco Herrero, define, incluso sería más correcto teóricamente decir -la actriz- por que la actuación es –por lo menos contemporáneamente– más femenina, y lo femenino define más su naturaleza.
Lo femenino como categoría, que no quiere decir necesariamente sostenida por personas con genitales femeninos. Pero, por costumbre, digo el actor.
Hay para mí en el sonido de la palabra -el actor- algo que es grandioso, pero que sin las comillas hace aparecer una cara conocida, única, Federico Herrero, afirma en actuación: la tensión entre estos dos niveles puede discutirse toda la vida, con argumentos simétricos y por lo tanto opuestos.
Es una lucha política dentro del teatro, de la actuación, en la que el rival del actores -el actor-.
Se fusionan los rivales en el placer estético del espectador, que es concreto y abstracto, privado y público, íntimo y social.
El que disfruta la pelea es el público, como siempre.En la emoción que produce la actuación hay una certidumbre que la unifica, y serie de tantas diferencias por que las vive y expresa al mismo tiempo.
Esa es la verdad del teatro, donde la espiritualidad se alimenta de carne humana.
La carne del actor como combustible del conocimiento, y como un enigma que solo podría resolver una humanidad más sabia.
Carne con sudor y olor que se destila en la emoción de los otros, pero emoción purgante.
Pero: ¿cómo hace esa carne para ser tan raramente humana, para abandonar toda privacidad y ser emoción social y purga íntima?, muy fácil: el actor la trasmuta, la ofrece en sacrificio, la inmola, siendo para los otros lo que nunca será para él, potenciando tanto el sí mismo que termina por escaparse. Y esa ofrenda la espiritualiza.