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Cuando los hijos, que han pasado con holgura la adolescencia, se enojan con nosotros. Hasta donde debe llegar la paciencia. Cuales son los mecanismos que intentamos activar para resolver estos conflictos
Cientos de veces discutimos con nuestros críos, por pequeñeces o por cosas serias y. generalmente, la óptica siempre está invertida.
Lo que a nosotros nos parece una pavada, para ellos es un mundo y lo que nos representa una gravedad, es tomado como una estupidez, acompañada muchas veces de la consabida frase ‘no entendés nada’.
Y claro, muchas veces no entendemos nada, porque pensamos ¡¡¡qué hicimos para merecer esto!!!
Bizantinas discusiones que terminan con portazos, llantos, gritos, amenazas, ‘qué ya no te soporto’, ‘qué no veo la hora de irme de esta casa’ ‘¡qué antes de que te des cuenta te pongo YO de patitas en la calle!’
Por supuesto que la hora de irse de esta casa no llega nunca, la post-adolescencia hoy día puede llegar, tranquilamente, hasta los treinta, treinta y cinco años y sin premura.
Un día te das cuenta que en tu hogar entran y salen hombres de pelo y barba, mujeres hechas y derechas, que a veces duermen en sus camas, siempre se bañan en tu bañera, te usan el shampoo, el desodorante, la crema enjuague, el perfume.
Comen lo que encuentran, te vacían la heladera, usan la computadora, dejan las luces encendidas a su paso, mantienen largas charlas telefónicas que luego verás reflejadas en la abultada cuenta que te llegue de la empresa que te brinda el servicio y sin más se largan porque ‘están a full’, no les alcanza el tiempo para nada.
Algunas logramos a través de los años, no con poco esfuerzo, que por lo menos mantengan sus cuartos arreglados o que laven los utensilios que utilizaron, después de devorarse ese pollo que tenías preparado para la cena porque esa noche venían amigos. No somos las más.
Es en esos momentos, donde recurrís a todo lo aprendido para evitar el infarto, la meditación zen, el control mental, la respiración yoga, repasas todas las lecturas y películas que incorporaste durante las últimas décadas desde “Socorro! tengo un hijo adolescente” hasta “Cómo ser mujer y no morir en el intento”.
Bizantinas discusiones.... ‘qué ya no te soporto’, ‘qué no veo la hora de irme de esta casa’ ‘¡qué antes de que te des cuenta te pongo YO de patitas en la calle!’
Y pensás que sos el adulto, que parte de la responsabilidad, gran parte, es tuya, que fuiste vos, quien le pusiste el almohadón antes de que se cayera durante toda su vida. Que tenés que tener paciencia. Que tenés que comprender.
Y respirando hondo, te sentás y después de la furibunda discusión, convocas al diálogo, y hablas, hablas, hablas… y del otro lado ves el rostro impávido, aburrido, que refleja una sóla respuesta ‘otra vez la misma letanía’, por supuesto que ‘letanía’ es una palabra que uso yo, no está en el vocabulario de la generación que nos precede.
Algunas veces, la conversación da buen resultado, aunque más no sea temporario, otras da lugar a OTRA DISCUSIÓN!!! Mi Dios!!! Y eventualmente te encontrás con un ‘no estoy todavía para escucharte…’ ¡Tomá Cacho!
Es en ese preciso instante donde anudas tu lengua filosa, pensás ‘¡Heródes volvé!’ y frenás ese instinto asesino que te surge desde lo más profundo, donde se mezclan imágenes en tu mente, desde el monte Taigeto, donde los espartanos ejecutaban a los recién nacidos con defectos físicos hasta la más cruenta estrangulación del dichoso querubín, ya tremendo pelotudo.
Y te vas masticando bronca para evitar otro conflicto…
Así vamos pasando la vida, nuestros hijos lo mejor de nuestra vida y lo más amado, sin lugar a dudas, pero que rollo!!! Y que aguante!!!
¿Respuestas, esperaban respuestas? Lamento decirles que yo también. Si alguien tiene alguna fórmula que la vaya pasando, porque aclaro que mi voz es eco de miles…