Globedia.com

×
×

Error de autenticación

Ha habido un problema a la hora de conectarse a la red social. Por favor intentalo de nuevo

Si el problema persiste, nos lo puedes decir AQUÍ

×
cross

Suscribete para recibir las noticias más relevantes

×
Recibir alertas

¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Micapereyra escriba una noticia?

Palpitando sin consuelo

08/07/2015 20:40 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Cuando no tenemos consuelo, buscamos siempre un culpable

Cuando no tenemos consuelo, buscamos siempre un culpable.

Si yo tuviera que buscar un culpable es, sin dudas, mi abuelo. Mi abuelo fue el que me insertó en este deporte, el que me llevó por primera vez a alentar a mi equipo; el que me inculcó los colores y me enseñó a respetarlos, amarlos y defenderlos.

Así que, si también me preguntan qué es el fútbol, no tengo dudas de decir,  mi abuelo.

 

Ese mediodía nos habíamos reunido, expectantes y casi festejando la nueva consagración de la selección de nuestro país, como seguramente lo hacían todos ustedes.

No faltaba nadie en esa casa: desde los tíos vistos solo cada tantos cumpleaños, hasta la vecina chusma que habla sin razón alguna.

 

El transcurso del partido no cumplía lo que la previa aparentaba, entonces, ahí empezaron a surgir algunas cábalas. Primero, hicimos de todo para echar a esa vecina que nos había cansado con tanto palabrerío: desde hacer que los nenes tiren reiteradas veces las pelotas a su casa para que ella fuera a buscarlas, hasta llenarle varias veces la copita de vino así le empezaba a bajar el sueño; porque en verdad, esa mujer nos ponía más nerviosos de lo que estábamos.

 

El cotejo seguía sin deslumbrarnos ¡Era de no creer! Faltaba la magia, la personalidad. Pero estábamos seguros que algo iban a hacer; algún truco de la galera iban a sacar.

Y vuelvo a lo del principio, cuando se nos queman los papeles, buscamos culpables, y acá, ¿Quién era? O ¿Quiénes eran? ¿Martino? ¿El equipo? ¡¿LIONEL MESSI?!

Ganar siempre estuvo en nuestros planes, más allá de que se jugara bien, o se jugara mal.

La derrota NUNCA estuvo en nuestra lista de tareas. Sí, faltaban condimentos: una pizca de garra y otra de corazón. Pero Martino se quedó atrapado en el laberinto de su método, y no parecía entendernos. Nosotros, a diferencia de él, éramos claros: le pedíamos algún tipo de salvavidas, aunque creo que ni con señales de humo o carteles luminosos del tamaño del Sheraton nos hubiese entendido. O tal vez sí, pero se hacía el desentendido, por no decir otra cosa, ¿no?

Llegaba el momento de que se jugara un alargue totalmente impensado. 30 minutos más para demostrarles a Sudamérica y el mundo entero que los que estaban en cancha eran realmente unos guerreros, quienes defendían a capa y espada a mis colores, a mi país.

Más sobre

El reloj no paraba de correr y la impaciencia se hacía carne en todos. La ansiedad de que surgiera algo, no sé, una llegada, algo ¡POR FAVOR!… Y ¿por qué no lo que mendigaba un tal Eduardo Galeano?: “una linda jugadita, por el amor de Dios” Que, mal no nos vendría...

Los minutos avanzaban y era inminente: La final, a penales.

Los que amamos a esto que es el fútbol, sabemos que lo peor que puede pasar es llegar a la instancia de los doce pasos. Instancia que no debería existir, porque solo son culpables de infartos, subas de tensiones en algún que otro aficionado.  Son dueños de novecientos millones de persignaciones por remate, y por sobretodo sufrimiento, muchísimo sufrimiento; porque ya no dependemos de algún destello de uno o varios jugadores, sino de contundencia, y por qué no, lotería.

 

Contar como eran las sensaciones que teníamos en el momento que empezaban a patear los penales es imposible. No podríamos describir cómo se siente, ni qué se siente. Es un no sé qué de emociones y sentimientos encontrados, donde no tenés consuelo. Cruzás los dedos, te persignas, cambiás de lugar. Observás hasta el más mínimo detalle para que salga todo perfecto. Aún sabiendo que es una lotería; donde el mejor del mundo está a la misma altura que cualquier mortal.

 

Nos cubrimos los ojos (con los dedos entreabiertos), para evitar ver ese penal, pero observamos cómo llegó al punto señalizado para lanzar el remate, hasta cómo acomodó la pelota: caminó hacia el lugar, elevó la mirada al arco… Todos estaban expectantes, se podía escuchar hasta a una mosca volar.

Él agarró la pelota, se paró para patear y no miré. Te juro que no miré más. Se escuchó la voz del relator y no lo podía creer.

Y es ahí donde vuelvo una vez más al principio. Porque no tengo consuelo, porque no sé qué pensar y lo único que me nace es reprochar y gritar: ¡¿Por qué viejo, porqué me hiciste amar al fútbol así?!

Me tomo un minuto, me retracto y vuelvo a hilar ideas, llegando a la misma conclusión de siempre…

Pero, ¿Cómo podría pensar, siquiera, en dejar de quererte, Argentina? ¿Cómo podría pensar en dejar de mirarte, Argentina? ¿Cómo podría, siquiera imaginar dejar de verte jugar, de verte gambetear, de verte juntar a los mejores de los mejores del planeta, Argentina?

Porque si realmente este amor no existiera, estaría por ahí, estudiando alguna de esas carreras tradicionales, para después tener una vida rodeada de oficinas y trajes aburridos.

¡A mí no me vengan con eso! Porque te veo y grito, lloro, sufro, pateo, me río y grito una vez más por y con ustedes, jugadores. Que defienden y demuestran lo que vale la albiceleste. Si yo te quiero, Argentina. Yo te quiero.


Sobre esta noticia

Autor:
Micapereyra (25 noticias)
Visitas:
1773
Tipo:
Opinión
Licencia:
Distribución gratuita
¿Problemas con esta noticia?
×
Denunciar esta noticia por

Denunciar

Comentarios

Aún no hay comentarios en esta noticia.