¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Loboalpha Info escriba una noticia?
por Ezequiel Meler / Especial para Hoy Día.
El 12 de julio, Hugo Moyano tendrá su reelección. No será, esto es claro, aquella con que contaba apenas unos meses atrás. Lo acompañarán unos pocos gremios, los últimos entre los más leales. Y la base de su sustento será el Sindicato de Camioneros, la ciudadela desde la que edificó su liderazgo durante los últimos ocho años. La mayoría de los sindicatos importantes que antes respaldaban a Camioneros buscan hoy un canal de diálogo con el gobierno. Y, tras impugnar su elección, los veremos, seguramente tras unas semanas, formar su propia conducción, más representativa y colegiada.
Estando tan cerca del acto de Ferro, todo indica que será esa CGT, la otra, aquella en que asoma como referente el metalúrgico Caló, la que se lleve la personería. Hasta ahora, el dirigente gastronómico Luis Barrionuevo, viejo antagonista de Moyano como del kirchnerismo, ha optado por preservar su propio sello, la CGT Azul y Blanca, nombre de reserva para el liderazgo que mantiene sobre su gremio. Sumando las dos organizaciones que, lideradas por Hugo Yasky y por Pablo Micheli en cada caso, pugnan por la herencia de la CTA, llegamos a cinco centrales sindicales.
La fractura en sí no es inédita. Después de todo, la CGT ha vivido más tiempo escindida en diversas conducciones que unificada tras un solo secretario. Pero el número, cierto es, impacta. Sobre todo porque, si atendemos a los relatos oficiales, este gobierno, amén de reclamarse como el primer defensor del interés nacional, siempre se ha considerado, al mismo tiempo, como el más profundo defensor de los intereses propios del mundo del trabajo. Tarea que parece más difícil de alcanzar en los horizontes de la economía actual.
Para muchos observadores enrolados en los dos (o más) bandos, esta fractura debe leerse como el resultado de las tensiones personales entre Moyano y la presidenta. E indudablemente, no hay mucho cariño en Olivos por el camionero. Pero la política pocas veces es tan trivial, y tenemos razones para sospechar de esta explicación.
En primer lugar, observando los pliegos de demandas que sostiene Moyano, en comparación con aquellos que levantan Caló, Micheli, Yasky y Barrionuevo, las condiciones son más o menos las mismas. Reforma del impuesto a las ganancias, liberación de los fondos dedicados a las obras sociales sindicales, y universalización del salario familiar son tres significantes comunes. Esto ha sido ratificado por al menos dos de los protagonistas, Moyano y Micheli, y no es inverosímil que los encontremos en convocatorias compartidas en el futuro.
En segundo lugar, la salida de Moyano coincide con una reestructuración de la coalición gobernante que deja aún menos margen para disensos y protestas. Ni la CGT ni los movimientos sociales oficialistas encuentran lugar en ese dispositivo, aunque estos últimos, deudores del financiamiento del Estado, hayan decidido mantenerse en la ecuación. Tampoco el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, eterno delfín político de los sectores moderados, ha salido favorecido. Los recortes del gasto público, resultado de la caída de los niveles de recaudación y de actividad económica –reflejados aún por el INDEC-, se han trasladado a las provincias, y Buenos Aires ha sido la primera en sentirlo.
El clima económico se anticipa espeso, y el gobierno, que proponía una concertación social sobre el modelo económico en un contexto financiero más favorable, hoy no cuenta con el aval económico necesario para liderar la reactivación prometida. Lo buscará, seguramente, por la vía del endeudamiento -interno y, eventualmente, externo-, mientras intenta desacelerar la inflación por medio del recurso al ancla cambiaria –esto es, a un ritmo de devaluación menor a la inflación-.
Por eso, no es tan sorprendente que la principal apuesta del gobierno de cara al mundo del trabajo resulte en una fractura. Lisa y llanamente, las organizaciones sindicales, favorecidas por la recuperación de la economía y el empleo en años pasados, perciben tan bien como los temporarios timoneles del Estado que las aguas agitadas y las nubes de tormenta son malos presagios para su futuro.
El resto, la retórica sobre los sectores más favorecidos que se niegan a compartir sus ganancias, no es nuevo. Lo hemos oído antes, pero parece menos atinado poner en la misma bolsa, como hizo un conocido editorialista, "desde los grandes medios hasta las compañías transnacionales, los mayores exportadores, el sector financiero, las patronales agropecuarias y los líderes sindicales que representan a los trabajadores de más altos ingresos." ¿O las cosas eran tan distintas el año pasado, tanto para las multinacionales como para los trabajadores, con este mismo gobierno?
Ezequiel Meler Profesor de Historia (UBA)
Ver: Hacer política en 
la fragmentación Por Lucas Rubinich El conflicto entre el Gobierno y la CGT, la debilidad de las organizaciones partidarias y los cambios estructurales de las últimas décadas.