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Desde los años cincuenta, la psiquiatría ha cambiado: por la convicción de que la enfermedad mental se debe achacar en su totalidad a razones químicas, se dejó de escuchar el historial del paciente, teniendo ya como única preocupación eliminar con fármacos los síntomas presentes
Tomando en cuenta la conversión de los psiquiatras, la industria farmacéutica la ha asumido como un terreno de conquista, especialmente apetecible ya que, más que en otras ramas de la medicina, en psiquiatría no existen elementos objetivos con que catalogar la enfermedad mental, lo cual hace posible ensanchar a placer los confines de un diagnóstico o crear nuevos. Se ha llegado a tal punto, escribe Angell, que son las mismas casas farmacéuticas las que deciden qué constituye un trastorno mental (y cómo se ha de tratar). Las ventajas, por lo demás, son inmediatas para los médicos mismos: si hoy en una hora el psiquiatra logra visitar a tres pacientes por un total de ciento ochenta dólares, con la terapia tradicional en los mismos sesenta minutos hubiera podido visitar sólo a un paciente, ganando menos de cien dólares.
Inicialmente el diagnóstico de ADHD se manifestaba en hiperactividad, falta de atención e impulsividad en los muchachos en edad escolar, pero a mediados de los años noventa se avanzó la idea de que muchos niños afectados por este síndrome tenían en realidad el trastorno bipolar ya desde muy temprana edad, lo cual llevó a la multiplicación de diagnósticos de trastorno bipolar infantil. Pero, ¿es fácil encontrar un niño de dos años que no sea irritable en ocasiones? ¿O un niño de tercer año de primaria que a veces no se distraiga? El dato dramático es que el diagnóstico no es objetivo: depende de quiénes son los niños, de su familia, de las presiones que los psiquiatras ejercen sobre los padres. A agravar la cuestion contribuye también el hecho de que, en la crisis económica actual, para muchas familias estadounidenses el hecho de que su hijo sea clasificado como discapacitado mental significa la supervivencia, pues pueden beneficiarse del SSI (Supplemental Security Income) o del SSDI (Social Security Disability Insurance). Según el economista David Autor «esto se ha convertido en el nuevo bienestar» («this has become the new welfare»).
La psiquiatría, por lo tanto, debería cambiar de registro. Debería dejar de creer que los fármacos constituyen el único medio para curar el trastorno y la enfermedad mental. Y es urgente volver a pensar en los tratamientos que reservamos a los niños: con mala fe o por distracción, se buscan las causas del malestar en el cerebro de los pequeños, mientras que con mucha frecuencia el verdadero problema es «sólo» el hecho de que son niños. Extracto por Giulia Galeotti en L’ Osservatore Romano.
El humanista y filósofo L. Ronald Hubbard describió la forma de mejorar los comportamientos, para más información contacta con pr.florida@yahoo.com