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Se ha creado así un mundo aparte, un universo de adolescentes completamente separados de sus familias
Ricardo Osvaldo Rufino mir1959@live.com.ar
El periodista radial Rolando Hanglin, en una reciente nota escrita para el diario La Nación, titulada “Los hijos de la noche”, puso sobre el tapete un tema de notable actualidad: ésto es, la conducta y acciones de los jóvenes argentinos, y el grado de responsabilidad que les cabe a los padres y madres de los mismos en la educación y formación de los mismos.
El razonamiento del locutor no ofrece concesiones, es duro, terminante. En uno de sus párrafos dice así: “La nocturnidad adolescente es una creación siniestra que lleva la marca argentina en el orillo, porque ninguna sociedad del mundo la permite. Ni los católicos, ni los socialistas, ni los neoliberales, ni los protestantes... ¡No hablemos de los islámicos! Mediante la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de sus casas nunca antes de las dos de la mañana, después de descansar un rato. Llegan como pueden a las proximidades de una discoteca. Por lo general, están borrachos al arribar a la puerta, debido a la simpática "previa". En esas largas filas de espera, hay chicas que venden "petes" o "besos por un peso", para pagar la entrada, otras que exhiben el documento de la hermana mayor para que las dejen pasar, y no faltan los muchachitos que vomitan en la vereda o caen desvanecidos. Frecuentemente, se pegan e insultan. A la salida, en la desbandada del amanecer, ocurren las desgracias. Naturalmente, a la madrugada, los padres yacen desmayados en sus camas. Hoy día se trabaja mucho. No se les puede pedir a papá y mamá que arranquen el auto o pidan un remise a las 6 de la mañana para salir a campear a los hijos e hijas por los inmensos locales bailables del conurbano (*zona adyacente a la ciudad de Buenos Aires). Físicamente, no pueden. El mundo del alba es uno, el de la noche es otro. Los chicos viven de noche y duermen de día. Duermen en el colegio, en la playa, en la iglesia y en sus casas. Duermen, duermen, duermen. Cuando despiertan, se sientan frente a la computadora, frotándose los pelos, a leer disparates, o se aferran al celular para enviar mensajes de texto donde todo se escribe sin hache y sin acento. Hemos hecho un estropicio. Nosotros, los padres de clase media hemos hecho un estropicio”.
Testimonio virulento el de Rolando Hanglin. Como un simple observador de una realidad que me duele de mi propio país solamente puedo afirmar (sin creerme el dueño de la verdad ni mucho menos) que aquellos que tenemos hijos adolescentes sabemos que el escenario que describe es real, lamentablemente muy real. Sinceramente, debo confesar que me cuesta enormemente entender a la enorme mayoría de los jóvenes y adolescentes de mi país; no entiendo esa pasión por vivir de noche y dormir de día, no comprendo esa pasión por emborracharse, ese orgullo que sienten por terminar la noche alcoholizados, ese desprecio por el deporte y las actividades sanas, esa depreciación que hacen de algo tan maravilloso como es el sexo...
Seguramente (coincido con Hanglin) los padres y las madres de la clase media argentina debemos tener un alto grado de responsabilidad en la conformación de este universo juvenil, caracterizado por la nocturnidad, la violencia y el alcohol. Por la vaciedad y la carencia absoluta de principios y valores.
Alguien me dirá: "No todos son así, algunos estudian y trabajan". Seguro que sí, pero lo que mi observación personal me permitió constatar es que, aún los que estudian y trabajan, aman salir los fines de semana a emborracharse, no a divertirse sanamente. A esa franja minoritaria del paisaje juvenil que debemos elogiar por su actitud positiva y su ánimo de crecer a través del estudio y trabajo, también le cabe las generales de la ley. Pertenecen a esta cultura, a este contexto, a esta mística, para mí incomprensible.
Uno de los psicólogos más mediáticos y reconocidos del país, Mauricio Abadi, afirmó hace ya algunos años que “los niños y los jovencitos necesitan límites, es más los piden “a gritos” a través de gestos y conductas. Los padres del cual luego puedan sentirse orgullosos deben ponerles límites”.
Por este costado debamos, quizás, hallar la explicación a tanto despropósito. Porque la inmensa mayoría de los padres y madres argentinos, a partir de una intención elogiable de brindarles absolutamente todo a sus descendientes, de que no les falte nada, de que sean felices, han terminado por ocasionarles un mal, al no inculcarles valores y principios y al no ponerles los límites que ya hace años reclamaba Mauricio Abadi, un verdadero especialista en la temática de la niñez.
Dicen que toda persona tiene derecho a poseer un sueño. Yo, por de pronto, tengo el mío. Ese anhelo se puede describir así: quisiera una juventud sana, que huya del ruido, la noche, la droga, la ignorancia y lo “divertido”. Que se entregue al día, al silencio, al estudio, al deporte, a la cultura, a la familia. Que utilice sus neuronas frescas para buscar la profundidad de las cosas y se aleje de tanta banalidad, superficialidad y entretenimiento vacuo.