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Alto porcentaje de fracasos matrimoniales en Argentina

21/11/2010 20:40 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Hoy el promedio de matrimonio se redujo a la mitad, las parejas que se divorcian no superan los diez años juntos y sus edades oscilan entre los 35 y 45 años

Ricardo Osvaldo Rufino mir1959@live.com.ar

El dato es inquietante. Proporcionado por los registros civiles y juzgados de todas las provincias de la República Argentina, atestigua que año tras año está aumentando la cantidad de divorcios en el territorio nacional, mientras que se observa un descenso en el número de matrimonios. Esta tendencia se consolida, sobre todo, en Capital Federal.

“Se podría decir que en 2010 cada dos matrimonios hay un divorcio en la Ciudad”, afirma Viviana Koffman, abogada especialista en derecho de familia. “En 2001 hubo 6.400 divorcios en Capital. Actualmente el promedio es de alrededor de 8 mil divorcios anuales y la cifra es aún mayor en la provincia de Buenos Aires”, agrega. Estas cifras equivalen a un ascenso del 25 por ciento. Esto significa que, una vez superada la tremenda crisis política, económica e institucional ocurrida en 2001, y que se prologó en 2002, se acrecentó la ruptura definitiva de numerosos matrimonios. Según los expertos, en medio de un clima económico más benigno resulta más fácil tomar la decisión de separarse.

Según el Informe sobre Género y Derechos Humanos en Argentina, publicado por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), “a partir de la década del sesenta en la Argentina se registra una tendencia progresiva hacia el aumento de rupturas voluntarias de las uniones conyugales”.

Si uno se toma el trabajo de colocar la lupa sobre el tema, llama poderosamente la atención la velocidad a la que se destruyen matrimonios. Hoy el promedio de matrimonio se redujo a la mitad, las parejas que se divorcian no superan los diez años juntos y sus edades oscilan entre los 35 y 45 años. Es decir, se casan más grandes, duran menos y son aún jóvenes al divorciarse. “Es la tendencia que se ve”, afirmó la abogada Viviana Koffman.

Al observar un escenario semejante, la pregunta que surge es la siguiente: ¿Por qué hay menos matrimonios? ¿Por qué las parejas duran poco? Según los especialistas, son muchos los factores que contribuyen a que estas uniones se concreten después de los 30 y se disuelvan después de pocos años. “Es un dato significativo. En todo el mundo está pasando lo mismo”, afirma el psicólogo Pedro Herscovici, terapeuta familiar y de pareja y director de Tesis, un instituto que se dedica a la terapia familiar.

Las necesidades de consumo y el sucesivo cambio en el modelo familiar son dos variables claves en esta transformación. Sucede que en la medida en que avanzan las necesidades de consumo, la mujer entra a trabajar para lograr satisfacerlas. Al desear más desarrollo profesional y personal, el matrimonio queda postergado.

Claudia Messing, terapeuta vincular-familiar, analiza la situación desde los modelos de crianza de las personas que hoy rondan los 30 años: “A partir de los años 60 se da un cambio en los vínculos familiares, se deja el modelo patriarcal y los padres comienzan a ser más afectuosos con sus hijos, generando una relación más simétrica con ellos”, explica Messing, directora de la escuela de posgrado en Orientación Vocacional Vincular-Familiar.

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Con este nuevo modelo de crianza, el hijo no internaliza la jerarquía ni reconoce el modelo de padres. “En esta simetría el hijo es el centro del mundo, necesita ser reconocido por el otro, es más narcisista y le cuesta mucho más la diferencia con el otro. La intolerancia a la frustración es mucho mayor, hay una mayor dificultad para la comunicación y una necesidad de inmediatez. Eso se traslada al matrimonio”, opina Messing. “No existe la idea de proceso. Las cosas se quieren ahora. Se acabaron los mandatos de esperar a que el fruto de consolidación de una pareja madure. Así es como se sustituye todo con mucho mayor rapidez”, concluye.

Aquí encontramos un punto, a mi entender, de gran trascendencia: la dificultad para comunicarse que sufre la sociedad en general, y que afecta particularmente a gran cantidad de parejas. Los universos personales son ahora muy disímiles, cada ser humano está inmerso en situaciones y problemáticas muy diferentes que cuesta enormemente conciliar, y este aspecto, sin duda, dificulta la comunicación, elemento esencial para que una pareja avance por el camino del conocimiento mutuo y la comprensión.

Por otra parte, frente a esta denominada crisis del matrimonio como institución, la realidad es que se siguen formando familias. Son parejas que deciden compartir el mismo techo sin pasar ni por la fiesta ni por la Iglesia ni por el Registro Civil. Desde hace varias décadas se viene registrando en todo el país un aumento de las parejas que conviven sin papeles. Según autoridades del Instituto Nacional de Estadística y Censos, el porcentaje de parejas en concubinato pasó de representar el 7% en 1960 al 18% en 1990 y, finalmente, al 27% en 2001. Estos números posibilitan transparentar un fenómeno muy de este tiempo: el temor al compromiso. Leamos qué dice al respecto Zigmunt Barman, autor de “Amor líquido”, libro en el cual precisamente analiza la insustancialidad de las relaciones presentes: “Sus intenciones son modestas, no se hacen promesas. Casi nunca hay una congregación como testigo. Uno pide menos, se conforma con menos y por lo tanto hay una hipoteca menor para pagar. Todas las opciones siguen abiertas”.

Ahora bien, ¿Por qué motivo la opción de la convivencia sin papeles ni compromisos legales se ha convertido en la opción más empleada hoy en día, en el universo de las parejas?

La respuesta a este interrogante es que parecería ser la opción que alivia un poco ese miedo al compromiso. La terapeuta Claudia Messing dice al respecto: “El concubinato les permite a las personas lidiar un poco mejor con la fobia, ese miedo a quedar atrapado. El no compromiso formal da una sensación de mayor libertad”. Existen también quienes toman la convivencia como un período de prueba y después contraen matrimonio.

Sin embargo, parece ser que esta convivencia previa no mejora la tasa de divorcio. “Estas parejas no necesariamente tienen menos tasa de divorcio, de hecho parecen tener más. Porque la variable fundamental que hace el mantenimiento del matrimonio es el nivel de compromiso. Si existe el miedo al compromiso, va a existir durante la convivencia y durante el posterior matrimonio”, opina el especialista Herscovici, y entonces concluye: “Son personas que tienen ambivalencia con respecto al compromiso”.

Todo un tema muy interesante para analizarlo con detenimiento: si espiamos por la mirilla de la puerta de la sociedad vemos matrimonios que se descomponen rápidamente, parejas que deciden convivir pero sin transparentar legalmente su situación, falta de compromiso en varones y mujeres y enorme cantidad de personas solas y libres, que desarrollan, en muchos casos, una dura batalla contra la soledad.

El panorama social ha virado bruscamente en el término de escasos años. Mi reflexión indica (y no estoy descubriendo nada novedoso) que las condiciones económicas y de trabajo han tenido (y tienen) un superlativo caudal de responsabilidad en su diseño actual.


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