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Hace años que el cambio climático ha dejado de ser una amenaza que sólo hace temblar a los autores de ciencia ficción. Es una realidad incontrovertible y es consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero
Hace años que el Cambio climático ha dejado de ser una amenaza que sólo hace temblar a los autores de ciencia ficción. Es una realidad incontrovertible y es consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero. Al cambio climático se atribuyen el aumento de las temperaturas globales y del nivel del mar, la disminución del manto glacial, las bruscas variaciones de la densidad del aire. Hablar del cambio climático es hablar, entre otras cosas, de un riesgo incalculable para la agricultura. Vale pues preguntar: ¿cómo ha impactado y qué posibles efectos tendrá en los cultivos de café?
Los cafetos prosperan en un clima cálido y húmedo, al abrigo del viento, en zonas medianamente elevadas (entre 700 y mil 500 metros de altura). Un ligero aumento de la temperatura ambiental retarda la fotosíntesis, lo que provoca que el fruto madure a destiempo: pierde así sabor y calidad. Repercute asimismo en la longevidad de la planta. Algunos estudios dan cuenta de que un aumento de la temperatura favorece la presencia de plagas como el barrenador, la minahoja y la roya, cuya acción invasora no conoce fronteras geográficas. No sobra decir que a mayor control, más cara y exhaustiva se vuelve la producción.
El Cambio climático se manifiesta de igual manera en los cada vez más impredecibles periodos de lluvia. El agua en exceso inhibe la floración e impide que la planta absorba los nutrientes —en especial el nitrógeno— de la tierra, causando así la caída prematura del fruto. Por otro lado, los cafetos suelen sortear muy bien la sequía. Pero cuando ésta es demasiado prolongada, la cosecha del año siguiente entrega un mayor porcentaje de granos negros y vanos, con lo que decrece el rendimiento de la cosecha y la calidad del café.
Los fuertes vientos son tan perniciosos como las altas temperaturas, las lluvias torrenciales y las sequías. Al intensificar la transpiración de las hojas, traen consigo su irremediable deshidratación. Ya que golpean al tronco, pueden dañar las raíces del cafeto. Atacan por igual a los granos verdes y maduros, sobre todo cuando crecen en abundancia.
Algunos especialistas prevén que a finales del siglo XXI nuestro planeta experimentará un aumento en las temperaturas de entre tres y cinco grados centígrados en relación a las que registramos hoy en día. Los cafetaleros —dicen— tendrán que buscar zonas por encima de los mil 700 metros de altura. Las zonas templadas se volverán calurosas, las zonas frías adquirirán un carácter templado. Si hemos de creer en esta proyección a todas luces alarmante, es posible que las próximas generaciones disfrutarán de una taza de buen café con un sabor y un aroma completamente distintos a los que el tiempo nos ha acostumbrado.