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Fueron desde siempre un sector de privilegio. Hicieron más negocios en el exterior que con sus connacionales, y aún a expensas de los mismos. Aún hoy intentan conservar el modelo que les sirviera, el agroexportador
Nació en los albores de nuestra nación, allá por el 16 de julio de 1866. Eran tiempo de la presidencia de Bartolomé Mitre, en el contexto de la Guerra de la Triple Alianza.
Fueron sus fundadores la oligarquía y los terratenientes de entonces, que aprovechaban las campañas del Ejército contra el indio para quedarse con las mejores tierras de la pampa húmeda.
Desde el comienzo, fueron funcionales al proyecto imperial español, el cual nos condenaba a producir vacas y granos. Fueron e intentan continuar siendo la base del modelo agroexportador para nuestra nación. El modelo que nos condenó a no desarrollarnos, y a la vida solo para unos pocos.
Desde su origen, la SRA pretendió ser la representante de la clase agrícola ganadera en su totalidad, pero en la realidad solo representaba a un sector minúsculo de la misma, los más poderosos. No se admiten a pequeños y medianos propietarios, ni a chacareros, ni a colonos, ni a arrendatarios. Los cargos principales de la Comisión Directiva están siempre en manos de las principales familias de la supremacía agrícola-ganadera.
Las dirigencias de la rural fueron siempre coherentes en dar su apoyo a la continuidad de gobiernos en tanto y en cuanto las políticas de los mismos tuvieron nefastas consecuencias en pequeños y medianos productores.
En el año 1935 la Sociedad Rural le realizó un acto de homenaje al rey Jorge V. El embajador inglés improvisó un pequeño discurso, en donde apelando a su sinceridad, afirmó que “la Sociedad Rural era la personificación de la amistad anglo-argentina”.
“Si en todos ha renacido la esperanza, si el anhelo común es reconstruir la Argentina, si aspiramos al bienestar general positivo, no declamado, si queremos realmente la prosperidad de nuestra tierra generosa y nuestro magnífico pueblo, nos ofrecen, si pretendemos seguridad y estabilidad, si es nuestra voluntad ser libres, entonces, nuestros primeros deberes han de ser asumir la total responsabilidad que nos compete, trabajar a conciencia en orden y disciplina….” Fueron las palabras del discurso del presidente Faustino Alberto Fano, en reconocimiento, en el año 1966, al dictador Onganía en su asunción.
“A su vez, aún persiste el ciclo recesivo, agravado por las pésimas “Reformas Tributarias”, una desregulación insuficiente, que debe ser profundizada y una apertura que aún brinda un excesivo proteccionismo explícito a sectores ineficientes de la economía. Es función indelegable del Estado, intervenir para desregular asegurando la competitividad”. Esta vez fue Enrique Crotto en marzo de 2000, pidiendo más ajuste al Fondo Monetario Internacional.
La Sociedad Rural “Argentina” viene reclamando a viva voz, y con sus adláteres de la Federación Agraria Argentina: un dólar alto y sin retenciones, lo que significa toda la torta para ellos
Desde su comienzo, y a lo largo de toda su historia, la Sociedad Rural “Argentina” se preocupó mas por representar a este pequeño grupo de terratenientes y extender sus alianzas con grandes grupos de capital extranjero, que por ser una verdadera representación del campo argentino, y mucho menos se ocupo de representar a los pequeños y medianos productores de nuestras tierras pampeanas.
En el año 1990 el Ing Ingaramo, miembro del equipo de Domingo Cavallo, señaló:
“en la Argentina deben desaparecer 200.000 productores agropecuarios por ineficientes” (ver diario Clarín, 1991.
Y peor aún: a partir de la ley Raggio, 1967, dictadura de Onganía, hasta el año 2001, se perdieron 250.000 pequeños productores.
Dentro de las principales medidas adoptadas por políticas neoliberales estuvieron la disolución de la Junta Nacional de Granos, a manos del actual candidato Felipe Solá, la Junta nacional de Carnes, el Instituto Nacional de Vitivinicultura, la entrega al capital multinacional del control del comercio exterior argentino y los puertos de embarque de nuestra producción, destruir y privatizar los ferrocarriles -único país en el mundo que destruyó su red ferroviaria, la mayor de América Latina-, privatizar las rutas construidas por la nación y las provincias, privatizando y encareciendo el transporte de nuestra producción.
Hoy la consigna es cambiar la política del Estado hacia el campo por otra política activa, nacional, que reoriente la producción agropecuaria en función de las necesidades del país y no de este pequeño grupo de grandes terratenientes vinculados a las empresas multinacionales que desde siempre gobernaron nuestra producción agropecuaria y a la nación misma. Esto es volver a pensar en el mercado interno como eje de nuestro desarrollo. Eso implica entre otras cuestiones, una política de retenciones diferenciales, precios sostén y compensatorios, protección de producciones mediante subsidios y créditos especiales, protección del pequeño y mediano productor, una política de recolonización agrícola, de control sobre las propiedades extranjeras sobre nuestra tierra, la recuperación de una política soberana de semillas y de defensa de la producción de las mismas por el productor, devolviendo al INTA el papel histórico jugado en el desarrollo de una tecnología nacional agropecuaria y el control y secreto sobre sus investigaciones.
Aldo Ferrer en “El encuadre macroeconómico de la rentabilidad y el empleo en el campo y la industria”, planteó el siguiente interrogante: “¿Qué es más conveniente para el sector exportador de productos agropecuarios: un tipo de cambio bajo sin retenciones o alto con retenciones?”. En forma muy didáctica Ferrer señala que la única ventaja de la primera variante “puede ser el acceso a insumos y equipos importados eventualmente más baratos”, pero la evolución en la década del noventa indica que en ese escenario el sector registró elevadas deudas y caída de los precios de los campos, debido a la baja rentabilidad de esa actividad en esas condiciones. Por el contrario, sostiene Ferrer, “en la experiencia reciente, una paridad competitiva con retenciones coincidió con un período de excelente rentabilidad, disminución del endeudamiento, aumento de inversiones y valorización de los campos”.
Es cierto que hay una combinación que Ferrer no contempló para estos momentos y que la Sociedad Rural “Argentina” viene reclamando a viva voz, y de la mano de sus adláteres de la Federación Agraria Argentina: un dólar alto y sin retenciones, lo que significa ni más ni menos que toda la torta para ellos.