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Mucho se está hablando sobre Javier Bazterrica a raíz de la denuncia de la hermana del coreógrafo Flavio Mendoza. El gigoló no es un simple estafador, y te vamos a contar en pronfudidad la historia que demuestra que su situación es un poco más compleja.
Según nos cuentan fuentes cercanas, Javier estuvo internado en varias oportunidades en neuropsiquiátricos y su diagnóstico fue siempre erróneo, ya que los mismos psiquiatras se han sentido confundidos por las particulares características que presenta el hombre que, incluso, ha logrado engañar a los médicos.
El estafador más conocido tuvo la imagen de su madre ausente, ella lo abandonó cuando era pequeño y él vivió con su padre durante un tiempo hasta que se vió obligado a independizarse cuando él rehizo su vida junto a otra mujer. Además tiene dos hermanos: Victoria y Mariano, ambos son profesionales.
En la actualidad su madre vive en Francia, su padre murió debido a una dura enfermedad y sus hermanos están totalmente desligados de Javier, que desde chico mostró sus evidentes problemas: mentia y estafaba a sus conocidos deliberadamente
En el año 2003 Fernanda, de 23 años, conoció a Bazterrica y mantuvo una relación con él. Ella nos cuenta que su pareja de ese momento practicaba el sadomasoquismo: ha llegado al punto de atarla, pegarle con un latigo y hacerla sangrar. Cuanto más sufria Fernanda, más disfrutaba él. Siente placer al ejercer el dominio total y siente que la persona es un objeto obsesivamente.
El Sadomasoquismo (acrónimo de los términos sadismo y masoquismo) se basa en encontrar placer en las conductas más aberrantes y transgresivas, como aquellas que implican dolor físico, humillación o malos tratos. Esto provoca en aquel que disfruta de estas prácticas un éxtasis exacerbado y un placer sexual intenso.
Desde el Marqués de Sade hasta la actualidad, la connotación que se le dio al término es diferente, aunque el concepto respeta el resultado de una excitación sexual a partir de utilizar conductas dirigidas a someter, inferir sufrimiento, descalificar, provocar dolor, o degradar, ya sea en el campo de la fantasía o en la realidad.
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